Offshore , la más reciente trama de Petros Márkaris, es menos sensacional que sus títulos previos. Sin embargo, hunde el dedo en la llaga mucho más que en todos ellos y esta vez las pesquisas del comisario Kostas Jaritos están dirigidas hacia las entrañas de la crisis griega, a su aparente recuperación económica, a la caída en picada de cualquier valor moral -decencia, generosidad, lealtad- de la que son víctimas el común de los mortales, que únicamente desean dinero o bienestar; además, nos conducen al complejo engranaje burocrático que controla el país mediterráneo y se vale de la desgracia ajena para satisfacer ilimitados beneficios. A diferencia de otras novelas de Márkaris protagonizadas por el indomable Jaritos, tampoco tenemos ahora a su núcleo familiar -Adrianí, la esposa; Katerina, la hija; Fanis, el yerno- ocupando capítulos enteros de dicha colectiva, pues apenas forman un telón de fondo; cuando el detective se queda solo y lleva todas las de perder ni siquiera su equipo de toda la vida le presta apoyo. En suma, Offshore es un relato negro con todas las de la ley, sin malos y buenos separados por una clara línea divisoria, sin nadie, a excepción de Jaritos, que crea plenamente en la justicia o en una semblanza de ella.
Todo comienza con el asesinato de un comerciante naviero de escala menor, al que le siguen el de un armador que es un potentado internacional, para culminar con el crimen de un insobornable periodista que está investigando de dónde procede el dinero, es decir, los miles de millones de euros que están "rescatando" a Grecia del colapso. Estas nuevas empresas producen una repentina prosperidad, generan un alza de los sueldos y sobre todo crean un clima de optimismo generalizado, indispensable para las grandes inversiones. Los tres sospechosos confiesan enseguida, son despachados a los tribunales, se les somete a prisión preventiva, y siguiendo las órdenes de la jefatura policial superior, los casos tienen que concluir aquí.
Por cierto, desde la partida Jaritos está seguro de que las cosas distan de ser tan simples y que detrás de esos homicidios hay intereses de tal envergadura que lo conducirán a un laberinto sin salida. En primer lugar, los tres delincuentes son inmigrantes muy desvalidos de naciones árabes y carecen de toda relación con las altas finanzas, por lo que enseguida queda claro que son sicarios que obedecen órdenes desde las sombras. En segundo lugar, ni uno de ellos tiene motivos para haber liquidado a tres personas y luego admitir su culpa sin más trámite. En tercer lugar, todos estos ilícitos parecen aislados, sin conexión entre sí, y será la tarea de Jaritos, primero gracias a su intuición, después debido a la acumulación de pruebas en principio inadmisibles, descubrir la verdad, una verdad que a nadie puede agradar, ya que pone en tela de juicio siniestros manejos y en definitiva exhibe la corrupción insondable de la nación helénica, que, si creemos en las páginas de Offshore , sigue más vigente que nunca.
La intriga nos lleva desde los corredores de la clase política, apoyada por magnates, a barrios elegantes, a los principales servicios públicos, a las oficinas donde se toman las decisiones importantes -que sean legales o ilegales da lo mismo-, a las sedes de las corporaciones y también a los sectores más desprotegidos, más vulnerables y más golpeados por el desastre que afecta a la mayoría de la población. Sin caer en la jerga especializada de las bolsas de comercio, de las compañías de seguros, de los bancos, Márkaris y su vocero Jaritos nos introducen en esa madeja impenetrable y de algún modo que solo la prosa del escritor radicado en Atenas puede lograr, terminamos por comprender, por más que sea en parte, la magnitud del precipicio que pende sobre la que se suele llamar la cuna de nuestra civilización.
El meollo de Offshore parece estar en la máxima de que solo las democracias, o lo que pasa por tales, pueden garantizar el lavado de dinero, el actuar de las mafias, el narcotráfico y otros males mayores y menores. Las dictaduras o los gobiernos autoritarios, por decirlo según los términos de un gánster que juega un rol clave en el argumento, ofrecen pocas garantías para negocios de proporciones siderales. Mientras tanto, los desheredados apenas tienen para comer. Hacia el desenlace, Zisis, íntimo de Jaritos, detrás de la ventana de un café, le pide que observe a una muchacha muy atractiva y afluente hablando por celular, vestida con jeans hechos jirones, usando zapatillas rotas: la pobreza está de moda, le dice.