La novela del carioca João Paulo Cuenca se basa en un hecho real. En 2001, se enteró de que su identidad había sido usada para encubrir un crimen y de que existían, pese a toda su vital evidencia, documentos oficiales que acreditaban su deceso, el traslado de su cadáver y la correspondiente autopsia. El autor, a partir de ese hecho, desarrolla un relato que circula entre la ficción y el reportaje, entre la novela policial y la crónica. Cuando el narrador les cuenta a otros personajes la historia de su muerte, recibe una respuesta unánime: "Un escritor debería aprovechar esa historia". Y así lo hizo: el mismo Cuenca señaló que había capitalizado el hecho en una novela y en una película.
Sin embargo, el hilo de la falsa muerte es, a ratos, tan delgado que desaparece completamente. En su lugar, asoma un retrato despiadado de lo que el autor llama el "Río de Heredero, la beca de capital social donde todos eran ahijados, hijos o protegidos de alguien", donde Cuenca es un advenedizo recibido a regañadientes por haber sido publicado y promocionado como joven promesa de la literatura latinoamericana. Y, como tal, su vida posterior a su presunta muerte transcurre entre congresos, festivales y ferias literarias en todos los rincones del mundo, incluyendo exóticos destinos asiáticos; a tal punto de que, dice, "ser un escritor me ocupaba tanto tiempo que yo ya no podía escribir nada más: el texto había sido sustituido por el personaje en el escenario de algunos festivales". Pero el hilo existe, aunque sea decenas de páginas después.
La ciudad que asoma no es aquella de las playas y el carnaval, sino la que lleva a cabo la política de "deja caer" (deja que se derrumbe solo), en lugar de la política de demolición y renovación que marcó antes el cambio urbano en Río. En esa ciudad, la huella de la falsa muerte, que parecía una cuestión administrativa ya resuelta, retoma bríos, de la mano de la pesquisa ya casi involuntaria de un detective contratado por el amigo periodista del autor, que veía en todo ello un posible titular. Y ahí la novela toma otro rumbo. La trama vagamente policial, el persistente tono de denuncia y el despiadado retrato del mundo literario se tuercen hacia un destino impensado, una amenaza tan inesperada como la respuesta del autor: sustraerse del flujo urbano, familiar y profesional, diluirse, hacerse transparente.
J.P. Cuenca.
Tusquets,
Buenos Aires, 2017.
208 páginas.