Maite Alberdi camina por el borde; de la sociedad, de la ética, del cine. No en esta película, sino en todas las que ha filmado: Las peluqueras, El salvavidas, La once. En Los niños puede resultar más estridente, porque se trata de un territorio especialmente espinoso: una comunidad de adultos con síndrome de Down que se agrupa en torno a un colegio.
El relato se organiza con tres protagonistas y otros tres secundarios. Todos participan en un taller de gastronomía al que asisten desde hace más de 30 o 40 años. Además de su temple pacífico, los unen aspiraciones inalcanzables, como vivir solos, ser tratados como adultos, casarse, crear una familia: en fin, llevar una vida de "normales". Esta aspiración atraviesa los 82 minutos del metraje con una estela de tristeza.
Pero, al mismo tiempo, los 82 minutos son una demostración de que nada de eso es posible. Entonces, ¿es un acto de simpatía o de crueldad? Esas categorías no están en el universo de Maite Alberdi, aunque forman uno de los tres problemas de fondo que plantea Los niños. Lo dejaremos para el final.
El primer problema se relaciona con la frontera entre documental y ficción. En Los niños es visible el tipo de construcción propio de la ficción. Los cortes cruzados, los contraplanos, la inserción de detalles, nada de eso se puede hacer sin distintos grados de representación. La implicancia de esto es que no es posible saber si las inquietudes de los protagonistas son las que la película presenta, o si solo son parte de una estrategia narrativa. Puede aceptarse -confiando en la tradición esencialista que va de Flaherty a Rossellini- que Los niños registra esta situación con una voluntad de "verdad profunda". Aun así, sigue vigente la duda sobre la circunstancia concreta: ¿en verdad Ana María está tan obsesionada con casarse?
El segundo problema es que los adultos con síndrome de Down ocupan una posición marginal y dificultosa en la sociedad. ¿Existe alguna forma de mitigar esta triste desgracia, la desesperante limitación del conocimiento? La película no apunta a responder esa pregunta. Toma de ella toda la distancia posible, tanta distancia que induce a pensar que no hay nada que hacer. De lo cual se sigue la pregunta inevitable: ¿para qué filmarlo? Si no en la voluntad estética ni en la intención política, ¿dónde está la motivación?
El tercer problema remite al comienzo: ¿simpatía o crueldad? En la última línea, toda película es para seres humanos. El cine no existe fuera de la humanidad. Exhibir a seres humanos estúpidos (El salvavidas), en extinción (La once) o víctimas de un hándicap inmenso, como Los niños, plantea serios problemas éticos. ¿Cuán lícito es mostrar a personas que no saben ni entienden lo que verán los demás?
Lo dicho: Maite Alberdi camina por el borde.
Pero por eso su cine es interesante. Siempre será mejor moverse en la duda más dura que retozar en la tonterita blanda.