Todos conocemos la parálisis del miedo. Es como si lo que somos se desdibujara y lo que queda es un yo sin recursos. Eso es el comienzo. Pero lo importante es cómo vencemos la parálisis.
Hay miedos que paralizan porque son generalizados. Todo el ser está tomado por el miedo. Pero sabemos que es el resultado de algo, que no podemos controlar, pero conocemos.
Hay miedos inmotivados, como si por alguna razón desconocida se apretara el pecho y la angustia apareciera sin avisarnos qué pasó.Es el peor de los miedos, porque no sabemos contra qué defendernos.
Hay otros miedos que son locales y que si bien ocupan el cuerpo y se sienten en todos los rincones, dejan la mente activa. Y entonces los recursos para salir del miedo son mayores.
Hablamos poco del miedo y, sin embargo, está cada día más presente en la psiquis. Y se relaciona con la incertidumbre y la soledad. Un abrazo fuerte, por ejemplo, puede bajar enormemente el miedo. Si bien quien nos abraza no puede ayudar, pero nos indica que estamos acompañados, ayuda a disminuir el sentimiento de soledad.
La incertidumbre es más complicada. Ante ella estamos más desamparados, porque se parece a estar perdido, solo que no sabríamos qué preguntar para encontrar el camino que se supone buscamos.
Hay quienes aseguran que la imaginación es una buena defensa de ese miedo. No estamos muy entrenados en cultivar la imaginación, más bien al contrario, la realidad y la racionalidad son más importantes de desarrollar. Pero ciertos miedos requieren que salgamos de la realidad. Sobre todo los miedos indefinidos o generales. ¿Cuántas veces imaginamos situaciones en que cambiamos la realidad para que aparezcan nuevas estrategias de resiliencia? Muy pocas. Lo hicimos de niños imaginando que éramos héroes capaces de derrotar a los monstruos. De grandes, no sabemos de qué disfrazarnos para ganar la batalla. Sin embargo, en algunos lugares se hace terapia para desarrollar la imaginación como herramienta para ganarle al miedo. Por ejemplo, si por un segundo yo soy como Jesús, vendrán a mi mente imágenes de paz, de perdón. Y puedo decirme a mí misma, "puedo ser como él ahora". O puedo ser como esa amiga mía que se para y se va cuando su marido la reta. Tiene fuerza, yo también. El solo hecho de salir de mí misma disminuye el miedo. Vale la pena intentarlo.