Alejandro Guillier ha sostenido que no existe terrorismo en La Araucanía; que solo se aplicaría al terrorismo de Estado, que fue el que hubo en Chile. Es como otorgar salvoconducto a cualquier grupúsculo afiebrado y decirle que sea lo que sea el temor y terror que siembren, será catalogado de combatiente que comete excesos sin ser terrorista.
Primero, en Chile sí ha habido terrorismo que no es de Estado, sino que de pequeñas y no tan pequeñas organizaciones a las cuales el acto de violencia las convoca tanto como las metas ideales y hermoseadas. Apareció en los 1960 el MIR -y otros- con infraestructura apoyada por Castro; en septiembre y octubre de 1970 emergió por un breve período una extrema derecha activa; y reemergió a mediados de 1973 ejerciendo actividades igualmente terroristas junto a otras de extrema izquierda. Luego sí vino terrorismo de Estado: Caravana de la Muerte, Comando Conjunto y más que nada la DINA. Y de nuevo el otro terrorismo: los intentos del MIR por arraigar; uno poderoso, el FMR, que además era de Estado, promovido por la URSS y por Castro y alguno más. Que ha habido, lo ha habido.
Y ahora, ¿lo hay en La Araucanía? Claro que lo hay, sistemático y persistente desde 1990. Ha tenido algunas diferencias con los antes enumerados. Ha sido un terrorismo soft , de baja intensidad en víctimas mortales (da no sé qué decirlo pensando en el matrimonio Luchsinger), aunque muy alta en violencia para destruir los medios de trabajo, hacer invivible gran parte de una de nuestras regiones, tendencialmente para dividir al país en lo físico, y efectuar una limpieza étnica de los que no sean definidos como mapuches de acuerdo con los promotores de esta operación de largo plazo, que en esta larga primera fase muestran un alarmante parecido a la incubación de Sendero Luminoso. Quizás no obedecen a un mando centralizado; pueden ser muchos núcleos mentalizados y organizados de manera casi idéntica. Veintisiete años -incrementando- no pueden ser casualidad. De lo que sí uno puede estar seguro es de que no es una reacción espontánea del pueblo mapuche, así sin más. No se trata de una planta originaria, sino de una manifestación ideológica de nuestra era, de estilos radicalizados de identificación utópica que se ha propalado por el mundo, en especial en la pos-Guerra Fría; se trata de un fenómeno del presente y por eso está con nosotros; no es solo un problema chileno.
Tampoco expresa un mal que proviene de lo profundo de nuestra historia; tiene que ver con ella, por cierto, pero no se trata de "deuda" -concepción mercantilista por si alguien no se ha dado cuenta- escondida intencionalmente en una capa profunda del subconsciente. No es un problema "objetivo", más allá de la pobreza agudizada por el mismo conflicto.
Si comparamos con ETA, que ahora sí que parece ha depuesto las armas, terminando el conflicto en el País Vasco, vemos que esta organización operó en una de las zonas más desarrolladas de España en los siglos XIX y XX. Tampoco en Chile es solo la pobreza o la idea de ser diferentes y excluidos, sino que una ideología moderna, tal cual fueron actores políticos radicales vascos y la obcecada imposición de homogeneidad del régimen franquista que exacerbó las cosas. Por algo el terrorismo en España se inició cuando el régimen había aflojado bastante. En Chile asoma cuando el tema de la identidad es
trendy a lo largo de muchas zonas del planeta, en especial criatura de las democracias occidentales.
Ningún gobierno ha logrado hasta ahora revertir el conflicto. Introducir a las fuerzas armadas -salvo emergencia- u otra medida precipitada sería torpe; negar que es terrorismo es tapar el sol con la mano y profundizar el hoyo negro.