Desastres naturales , última novela de Pablo Simonetti, bien pudo llamarse desastres personales, desastres familiares, desastres sociales, pero puesto que a lo largo del relato hay erupciones volcánicas, inundaciones, avalanchas, el título está bien puesto. De partida, hay que decir que en ninguno de sus otros libros Simonetti se había expuesto tanto, se había jugado hasta el punto en que algunos llamarían indecencia y otros denominarían honestidad. Si bien Desastres naturales contiene dentro de una historia central muchos episodios derivados, la matriz del volumen reside en la descarnada presentación de lo que fue la vivencia de ser homosexual en Chile, en una época en la que tal conducta no solo estaba estigmatizada, sino que era un delito penado con presidio. Simonetti es por lo general un escritor parsimonioso, ceñido, aunque esta vez cae en el rebuscamiento; ahora no escatima detalles y elabora una trama desgarradora y emotiva, sin perjuicio de que lo haga con el desapego que proviene de una carrera que se extiende por casi 20 años y que ha conseguido un considerable éxito. A diferencia de otros prosistas nacionales, que tratan el tema en forma trágica, violenta o burlesca -Marchant Lazcano, Iturra, Fuguet, Lemebel-, Simonetti insiste en sus preocupaciones constantes y no se aparta de la clase social a la que sabe retratar. Es la alta clase media de raigambre católica, intolerante, aunque a medida que avanzamos en la lectura de Desastres naturales , también es un grupo contradictorio víctima de las circunstancias. Se trata, debido a la pericia de Simonetti, de un grupo donde nadie es bueno o malo y nada es en blanco y negro; todo se expresa en medias tintas y en un claroscuro que nos permite querer a personas que parecían cerradas o bien entrar en las mentes de seres que, pese a su apariencia, son vulnerables.
Por lo demás, la literatura actual abunda tanto en la temática gay que a estas alturas es algo casi trillado. En la especie, las escenas escabrosas las protagoniza un niño que poco o nada sabe lo que quiere y que experimenta con su cuerpo lo que se le podía antojar a un chico de hace mucho tiempo. El resto de Desastres naturales está conformado por el mismo esquema que Simonetti viene repitiendo en obras anteriores: un núcleo pacato, estrecho de miras, de escaso criterio, mirado primero bajo los ojos infantiles de Marco, el protagonista, y más tarde, durante la madurez del héroe, quien soporta el autoritarismo del padre, goza de la benevolencia de la madre, es aceptado por su hermana y finalmente consigue, con mucha penuria e incomprensión, la indulgencia resignada de sus dos hermanos mayores. La narración está construida en un orden cronológico arbitrario y abarca las tres o cuatro décadas pasadas en la historia patria: el período previo a la Unidad Popular; el gobierno de Allende que requisó la industria de los Orezzoli; el golpe militar; la transición democrática y el presente, vale decir, el año 2015. En torno a las vicisitudes externas del personaje principal surgen muchos otros caracteres, algunos simpáticos, otros detestables; asistimos con él al colegio y a la universidad; se describen vacaciones, viajes, lances amorosos, aventuras, peleas, comidas, bebidas, fiestas, en fin, de un cuanto hay.
Sin embargo, el rasgo más interesante de Desastres naturales está constituido por la subjetividad de Marco, quien nos va contando lo que le pasa, su evolución hacia una personalidad adulta con arranques rencorosos, una rabia estéril causada por aquellos que le han causado sufrimiento y sobre todo, la alegría de encontrar a gente heterosexual -entre ellos, curiosamente dos curas- que lo comprenden y lo apoyan.
Hacia el final, cuando el patriarca del clan Orezzoli ha muerto tras una larga enfermedad, Marco debe librar una lucha desatada para participar en "Comper", la empresa de la que es tan dueño como sus familiares. Este aspecto quizá sea uno de los más originales de Desastres naturales . Con aplomo, mediante un diálogo fluido y un estilo elaborado, en el que el novelista parece meditar cada frase, lo que le resta naturalidad, Simonetti nos introduce en los pormenores de esta batalla campal: ninguno de sus parientes directos está dispuesto a admitir que un desviado, por lo tanto, alguien poco confiable, alguien a quien dicen querer y sin embargo temen, ocupe un cargo significativo en esa manufacturera que tanto les ha costado mantener. En otras palabras, se puede ser alcohólico, brutal, agresivo, cruel, fallado del mate, pero jamás gay.