El sábado, la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile, dirigida por Josep Caballé Domenech, interpretó el poema sinfónico "El Moldava", de Smetana, la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Rachmaninov, y la Sinfonía N° 8 de Dvorak. En la Rapsodia, actuó como solista el joven pianista chileno Gustavo Miranda-Bernales.
La "invasión bohemia", en los últimos 30 años del siglo XIX, refrescó el repertorio causando la admiración de compositores como Brahms. Nuevos ritmos, colores e ideas melódicas, inimaginables en la música austro-alemana, francesa o italiana, demostraron que el Este europeo también tenía una palabra que decir al reivindicar sus tradiciones musicales folclóricas y populares y conferirles categoría artística.
Smetana primero y Dvorak después fueron los más ilustres de los bohemios, y las obras programadas demuestran lo dicho. En "El Moldava", más allá de la descripción del río y sus circunstancias, desde el inicio en las maderas y la irrupción de la arrebatadora melodía en las cuerdas, asistimos a un mundo sonoro inédito. Un fluir constante de las aguas, puntuado por la vida que bulle en las riberas, da origen a una música de extraordinaria belleza. La versión de la orquesta fue óptima: orgánica, flexible y con gran desempeño de las diferentes familias orquestales.
Las cualidades interpretativas exhibidas en Smetana se reafirmaron en la sinfonía de Dvorak, obra de emocionalidad directa, atractiva de punta a cabo, desde el brío de los movimientos extremos, pasando por la nostalgia del Adagio y el encanto del Allegretto grazioso . Especial relevancia alcanzó el grupo de chelos (por algo la obra es conocida como la "sinfonía de los chelos"), expresivo y con hermoso sonido. Como en Smetana, Caballé manejó la obra con finura y energía.
La Rapsodia de Rachmaninov está basada en el capricho Nº 24 de Paganini y es tanto rapsodia como tema con variaciones. Lo rapsódico se refleja en la profusión de atmósferas emocionales donde no falta, incluso, la idea de la muerte con una cita de las siete notas iniciales de la Secuencia "Dies irae". Es notable cómo el autor, en la variación XVII, concibe una lírica idea "a la Tchaikovsky" al invertir el diseño del tema, lo que da organicidad a la obra con un elemento que, aparentemente, no guarda relación con la idea principal. Lo complejo de la estructura se reflejó en ciertos baches en la continuidad del discurso.
Miranda-Bernales exhibió maestría, superando airosamente los temibles escollos técnicos de la partitura y manejando con recato los rubati de los momentos líricos. El pianista demostró su trayectoria siempre ascendente que lo mantiene en un lugar expectante entre los intérpretes nacionales.