Es bueno advertir cuánto hemos avanzado en la percepción del concepto de "patrimonio cultural" en pocos años. En 1999 se instituyó el Día del Patrimonio Cultural, que desde entonces se celebra cada último domingo de mayo. Lo que comenzó como una actividad de difusión y puesta en valor de un puñado de joyas arquitectónicas, antiguas y en Santiago, hoy se multiplica por todo Chile y aborda mucho más que edificios, reconociendo así el amplio rango de elementos que constituyen el acervo de una nación: monumentos, edificios, objetos, obras de arte, documentos históricos; también pasajes naturales o urbanos, incluyendo barrios, parques, vistas, lugares, atmósferas. Desde luego, además de todo lo físico o tangible, existe un enorme tesoro inmaterial, único y frágil, que es imperativo conservar para mantener nuestra identidad nacional: las lenguas, músicas, gastronomías, ritos, tradiciones, modos de vida, técnicas artesanales; cada manifestación de un saber popular arraigado en nuestros orígenes y que podría esfumarse en cualquier momento.
Hemos avanzado. Nuestra percepción del concepto de patrimonio ha evolucionado desde lo anecdótico o heroico, como podría ser la conservación de un edificio histórico aislado, considerado con frecuencia como un obstáculo en medio de la vorágine desarrollista, hasta lo más abstracto, que considera el bien patrimonial como un elemento en íntima relación con un contexto social, cultural y territorial. Factor fundamental en esta nueva manera de comprender nuestros bienes comunes es el reconocimiento y empoderamiento de las organizaciones sociales de base, que son las primeras en identificar elementos significativos de la cultura. Es así como hoy hablamos con mayor propiedad de la protección de barrios (zonas típicas), de monumentos históricos incluyendo su entorno, de diseño y normas urbanas que promueven ciertos usos colectivos y modos de vida, impidiendo al mismo tiempo cualquier iniciativa contraproducente.
En cuanto a la arquitectura propiamente tal, todo lo que construyamos hoy, si es trascendental en calidad y significación, será el patrimonio del mañana. Así lo han entendido otras sociedades antes que la nuestra, donde también se protegen obras contemporáneas, asignándoles valor inmediato por méritos intrínsecos, sumados al reconocimiento público, sin que la antigüedad sea una condición arbitraria. En este sentido, nuestros arquitectos y mandantes, incluido el mundo inmobiliario, deben tomar plena conciencia de su responsabilidad con el futuro.