La deuda consolidada que contrajo Colo Colo este semestre con su hinchada difícilmente pueda ser pagada en lo que resta del año. La temprana eliminación en Copa Libertadores, el quiebre directivo casi terminal que significó la reelección de Aníbal Mosa al mando del club, la progresiva conducta paranoica de Pablo Guede y su accidentada relación con funcionarios clave en la administración técnica (su disputa con el gerente técnico Óscar Meneses es el más vivo ejemplo) configuraron un escenario cuya fragilidad tuvo el destino más seguro: el fracaso.
La permanencia de Guede en Colo Colo no es un riesgo controlado, sigue siendo una apuesta, cuyo peligro de fracaso ha crecido exponencialmente desde que comenzó su gestión. En un ambiente tan revuelto como fue el del desenlace del torneo, insistir en la conducción de un líder que falló en las instancias más importantes denotaría, en una situación de cierta normalidad institucional, una convicción directiva fundamentada en un plan diseñado a largo plazo. Pero en realidad, los hechos y el discurso parecen demostrar que no es más que un capricho de un presidente al que solo su dinero lo valida como cabeza de Blanco y Negro S.A., y que en consecuencia aparece tan cuestionado como su empleado favorito.
Los esfuerzos para revertir el destino de Colo Colo por ahora solo apuntan a la renovación del plantel, a la limpieza de algunos elementos que no rindieron, algunos que no convencieron y otros que no se adaptaron al modelo Guede -que durante este semestre tampoco mostró una estabilidad estratégica digna de admirar-, y a contratar lo mejor que se pueda nuevamente con un presupuesto que no parece extraordinariamente generoso. Es como si se quisiera proyectar que los conflictos solo existieron a nivel futbolístico, con jugadores que no alcanzaron el nivel para lograr el objetivo, y se ocultara que detrás del hundimiento no hubo otros factores involucrados, sino que solo erróneas decisiones en la cancha.
Mucho ya se ha hablado de la pérdida de crédito, del debilitamiento de autoridad, del agote de paciencia y de la mínima confianza que Guede tendrá que enfrentar en este torneo de transición ante una hinchada hambrienta e incluso al interior de un traumado camarín que no es dócil. Es cierto: a ningún entrenador, más allá de que haya hecho los méritos para sufrirlo, le gustaría estar en los pantalones del DT de Colo Colo, a quien el margen de acción no le regala ni un milímetro de errata. Pero faltando dos meses para que comience el Torneo de Transición, llama la atención con qué rapidez y desenfado la cúpula dirigencial de Mosa y acólitos se descolgaron de la responsabilidad en el desastre del último mes y "tercerizaron" el pesado lastre en un técnico sin herramientas para decir que no.