Recursos inhumanos, de Pierre Lemaitre, fue publicada en 2010 y antecede a
Nos vemos allá arriba, que al autor le valió el premio Goncourt y a la notable serie protagonizada por el inspector Camille Verhoeven, un detective enano que hace frente a casos escalofriantes que ponen al mundo patas arriba, se leen de una sentada y dejan un sabor amargo e incluso intranquilizan a las personas más satisfechas de sí mismas. En otras palabras, en esta obra relativamente temprana de Lemaitre se nota, y a veces demasiado, que el escritor oriundo de París está tanteando el camino, carece del aplomo mostrado en sus títulos posteriores, presenta vacilaciones argumentales que causan desorientación o, dicho en otras palabras, parece evidente que a Lemaitre todavía le falta un trecho para alcanzar la madurez.
Los hechos que ocurren en
Recursos inhumanos son, en términos amplios, harto simples, aunque Lemaitre les va otorgando un nivel de complicación que conducirá a los actores a un callejón sin salida. Alain Delambre, ejecutivo de una gran empresa, queda cesante a los 50 años y se desloma a diario en una distribuidora de productos farmacéuticos en condiciones humillantes, donde nada se le reconoce, el respeto por el prójimo es inexistente, las relaciones interpersonales conforman una madeja infernal de competitividad y resentimientos y por cierto los sueldos son miserables. Nicole, la esposa de Alain, es quien para la olla en el hogar y, aparte de que ama a su marido sin limitaciones, se desempeña como documentalista en una firma, digamos, decente, ya que pese a que nada sabemos acerca de su labor resulta claro que está contenta con lo que hace. El cuadro familiar se completa con las hijas de ambos: Mathilde, profesora de inglés casada con Gregory, un sujeto de pocas luces, por no decir un imbécil redomado a quien Alain detesta, y Lucie, brillante abogada que saca poco al defender causas perdidas -dueñas de casa maltratadas, minorías, inmigrantes-, posee una alta conciencia moral y es la que mejor se lleva con su padre. Estas tres mujeres conforman el sostén emocional de Alain y por ellas está dispuesto a lo que sea.
La solución a la pesadilla doméstica y existencial de Alain surge de súbito, gracias a un aviso que garantiza la contratación de un directivo con los requisitos que tiene el héroe. Naturalmente, las dudas hacen presa de él, pues el paro lo ha convertido en un fracasado envejecido, sin confianza en sus aptitudes; Nicole, no obstante, está segura de que puede conseguir el empleo y en un comienzo lo insta a que participe en este concurso, puesto que cree a pie juntillas que lo ganará. Alain estudia las alternativas posibles, se prepara de modo concienzudo y a pesar de los tormentos que lo acosan, llega a la convicción de que él es la persona indicada para el prometedor nuevo puesto. El problema es que para acceder al cargo deberá superar una sucesión de barreras de todo tipo que pondrán a prueba su temple, su capacidad de resistencia, sus dotes intelectuales, su integridad. En principio Alain siente justificadamente que logrará el objetivo. El momento más arduo del certamen consiste en un juego de roles, en el que se simulará una toma de rehenes para demostrar la lealtad de los examinados hacia la transnacional que eventualmente elegirá a aquél o aquella que exhiba la mayor habilidad o quizá habría que decir el mayor servilismo en la ocupación que se ofrece. Cuando Alain se da cuenta de que todo está cocinado de antemano, decide tomar el toro por las astas, se compra un arma automática y transforma la farsa en un secuestro real, que puede culminar en consecuencias fatales.
Estos son los antecedentes de un relato que alcanza ribetes sensacionales, inextricables, a ratos incomprensibles. En adelante
Recursos inhumanos adquiere el carácter de novela negra sobre la situación asalariada en Francia y se dispara en tantos giros imprevistos que es una tarea difícil seguirlos. Así, Lemaitre nos conduce por los pasadizos ocultos en los que opera gente sin escrúpulos; se detiene en las vidas de ciudadanos forzados a transitar en medio de una carnicería para obtener remuneraciones pasables; se interna en las mafias que protegen a los todopoderosos; en fin, nos pasea por un amplio abanico de personalidades en el que nadie sale bien parado, excepto Alain, sus parientes y amigos. En este punto,
Recursos inhumanos cae de frentón en el maniqueísmo, si bien hay que reconocerlo, se trata de un maniqueísmo de buena ley que, al menos, nos permite distinguir la justicia de la injusticia.