Es curioso que ante una definición tan estrecha por el título entre Universidad de Chile y ColoColo, los dos grandes, los dos más populares, los predilectos de la prensa, la discusión sobre el nivel del campeonato siga ocupando tanto espacio. Alguien podría interpretar que los paradigmas de análisis están cambiando y que ahora nos interesan más los índices cualitativos que los cuantitativos, que en el recuento global nos importa el cómo jugamos más que el por cuánto ganamos. Pero este desplazamiento de la dialéctica a la semántica, sin tener claro qué estamos buscando, sólo agrega confusión. ¿Se puede medir la calidad de un torneo? ¿Cuál es el factor que hace que un certamen sea bueno o malo?
Otra duda: ¿Un cambio en el modelo de campeonato garantiza que éste suba el nivel futbolístico del fútbol chileno? Otrosí: ¿Un certamen largo asegura que, como se ha querido justificar, los clubes nacionales mejoren su rendimiento en el ámbito internacional? La subjetividad que implica la medición de un intangible como es "la calidad del fútbol con que se juega un campeonato" no deja mucho espacio al debate razonado. La emotividad de un torneo para muchísima gente puede valer tanto como el cumplimiento a cabalidad por parte de los equipos de los enunciados tácticos de los entrenadores más estudiosos a lo largo de las fechas. Para varios otros, la superioridad indiscutible de un elenco por sobre los demás es la mejor señal de un torneo jerarquizado, aunque no exista competitividad.
¿Cuál es el elemento diferenciador que puede transformar un campeonato malo en bueno? ¿Por qué la irregularidad de los rendimientos se interpreta como un signo inequívoco de ausencia de categoría o de "nivelar para abajo"? ¿Para que un torneo adquiera calidad tienen que ganar los mismos y perder los de siempre? Hace rato que aceptamos como discurso aprendido que el nivel futbolístico se explique unívocamente por el campeonato que jugamos, cuando es evidente que hay un trasfondo sistémico que determina el estado del fútbol local y que tiene, por ejemplo, en la deficiente generación de futbolistas jóvenes, en la partida de las figuras al exterior y la discreta llegada de los que denominamos "refuerzos extranjeros", otros factores aún más poderosos que si el torneo tiene 15 o 30 fechas.
Para terminar: la variable selección. Uno de los mayores males de esta extraordinaria selección nacional que hoy disfrutamos es que le ha hecho perder al fútbol local sus referencias competitivas. Medir el nivel interno con el de la Roja es un ejercicio automático, pero es un despropósito porque es una excepción, y sin embargo, lo hacemos inconsciente o voluntariamente cuando queremos evaluar el parámetro futbolístico de nuestro torneo o de los resultados ante rivales sudamericanos que nos superan en certámenes continentales. Si de verdad es el modelo de torneo la solución a la mejoría del fútbol chileno, habremos perdido entonces a lo menos 10 años de desarrollo por haber insistido con una fórmula. Pero si tras el cambio, seguimos igual: ¿a quién culparemos por la mala calidad?