Agradece el fan del buen teatro disponer en cartelera del estreno en Chile de "La casa de Rosmer", drama jamás exhibido aquí de Henrik Ibsen, sin duda el más importante autor noruego y uno de los tres padres del drama moderno. Para descubrir en escena esta obra escrita en 1886, justo después de "El pato salvaje", y formarse una opinión sobre ella, que algunos califican como una de sus piezas maestras, otros -los más- optan por excluirla de la lista de sus títulos mayores.
Si es poco recordada se debe a que rara vez se la monta. Lo que se puede atribuir a los muchos riesgos que implica su difícil abordaje, o a que el texto envejeció mal (o a ambos factores). Se ofrece con sus cuatro actos 'editados' por Rafael Gumucio que los condensó en 105 minutos, postulando su posible resonancia sociopolítica en el Chile actual con temas como la polarización y corrupción política o la manipulación ideológica.
Trata del aristócrata Rosmer que intenta recuperar su respeto e influencia en la comunidad virando hacia una posición menos conservadora. Tras renunciar a su misión de pastor, convive en una suerte de matrimonio platónico con Rebeca, amiga de su esposa que la asistió hasta su suicidio hace un año, y luego de su muerte se quedó viviendo allí. Resuelta con solo seis personajes, otros tres roles masculinos ingresan a escena con el fin de presionar el cauce de los acontecimientos hacia el área de sus propias convicciones y conveniencias.
En verdad es un texto con demasiadas palabras; en él los personajes hablan y hablan mientras la intriga, con ritmo cansino, parece insinuarse entre líneas, por debajo de los muchos diálogos. Ciertamente adaptarlo requiere de una intervención más drástica. Otra desventaja es que a medio camino la obra deja de ser un drama de ideas, y se concentra en su oscuro, tortuoso y desbordado plano sicológico, con rasgos simbólicos y hasta sobrenaturales. El protagonismo se desplaza a Rebeca, quien se revela como una mujer emancipada y muy fuerte que, más manipuladora que nadie, buscó minar la vocación y creencias de Rosmer desde mucho antes. Como Nora o Hedda es una heroína feminista, pero con flancos harto ambiguos.
Una cosa es que la versión quiera forzar la vigencia del texto, otra que ello no cuaje ya que todo se da en un entorno de apasionado idealismo y férreos principios que no conecta para nada con nuestra realidad. La lectura predominante va por el ineludible peso de un pasado cargado de culpas, y los serios escollos de asumir y adaptarse al progreso de los tiempos. A fin de cuentas la atormentada pareja parece más romántica que idealista.
Presentada con cámara negra, ambientación limitada a muebles y un elegante vestuario de época, y cambios de luces para indicar los giros de atmósfera, la entrega habría mejorado con una dirección más certera en decisiones que despejaran las discrepancias de sentido. También en una conducción más afiatada del elenco. Malo es que su personaje más potente resulte ser el cuñado de Rosmer, encarnado por Tito Bustamante con su aplomo habitual. A su lado los protagónicos lucen más débiles en matices y vehemencia. En eso el director, Pablo Halpern, descuida -como lo hizo en "Skylight" el año pasado- su elección de actriz principal. Adriana Stuven apunta bien las líneas generales de su Rebeca, pero su desempeño está muy lejos de las posibilidades y enorme complejidad de un rol digno de una actriz experimentada.
Teatro CA660. Hasta el sábado 20. Viernes y sábado, 20:00 horas.