La culpa es nuestra.
No de ahora, sino de antes.
¿No les gustó acabar con el sarampión, la escarlatina y la fiebre amarilla?
Acá están las consecuencias.
En la España de la segunda mitad del siglo XIX la esperanza de vida al nacer era de 29 años. En Chile, seguramente, de 25, y menos.
¿Querían que la medicina avanzara a pasos agigantados? Avanzó. Nuestra esperanza de vida actual son 80 años y seis meses.
Se controló la malaria, el cólera y la difteria. Buenas las vacunas. Y acá estamos: viviendo más. Tabletas para el colesterol, controlemos la presión y vigilemos el azúcar en la sangre. Exámenes anuales, controles periódicos, análisis permanentes. Y vamos previniendo.
Los desprevenidos, que son cada vez menos, se mueren jóvenes, pero el resto sigue pataleando sin medida alguna. Y por eso se cuida.
Después descubrieron que había un problema de actitud y de cómo enfrentarse al mundo, porque así lo dijeron: cambiando la actitud se vive más años.
Métale optimismo y actitud positiva. Trate de reírse, que eso aporta un año extra, por lo bajo. No se estrese y active su vida social y sexual. Y por Twitter, Whastapp, Facebook, se expandieron los contactos y cundió la copucha y el pelambre. Inventaron el viagra, y la otra vida se activó con pastillas. Yoga, comida sana, cultura oriental y elementos antioxidantes. Trotar un poco, bicicleta, natación, y vamos dándole.
Acabamos de figurar entre los primeros en un ránking internacional que mide la felicidad. En la superficie no es así, léase política, elecciones, economía y coyunturas varias, pero en lo profundo estamos contentos y optimistas, porque vivimos más.
Vamos con los alimentos fibrosos y fuera las grasas. Que lo sepan los guatones que persisten en el territorio nacional: sus días están contados. Que la legión de obesos lo sepa aquí y ahora: el futuro no les pertenece. Su destino es adelgazar con dietas o a palos, porque escrito está: morirán inexorablemente flacos, pero van a llegar a viejos.
Suprimieron los cigarrillos. Asustan con el alcohol. Combaten las carnes rojas. Vamos dándole al grano, té verde y avena. Es el afán por vivir. Y da resultados. He ahí el problema.
Lo otro: está demostrado que las personas casadas viven más. No se sabe si mejor, pero más. Con el Acuerdo de Unión Civil (AUC) aumentó la vida en pareja, que se hizo estable, institucional y regulada.
Si nos hubiésemos muerto a los 65 en promedio, los sistemas serían perfectos en las pensiones y la repartija. En ese mundo antiguo, un jubilado podía sobrevivir un par de años y un lustro, pero hasta ahí nomás llegaba. Y nadie se extrañaba. Era lo lógico, pero ahora lo normal son jubilados que viven un cuarto de siglo sobre los 65.
No hablemos de la tasa de natalidad, que ese es otro tema, pero la proporción es que tres llegan y no se va ninguno.
Le torcimos la nariz a la naturaleza con actitud, vacunas, ejercicio, antioxidantes, remedios, ciencia y dietas espartanas. Incluso se acabaron las plagas.
Lo conseguimos y vivimos más.
La culpa es nuestra.