Si queremos buscar los primeros antecedentes de geometría artística en Chile, primero debe dirigirse la mirada al influjo de la cultura precolombina, luego a los diseños de nuestros tejidos indígenas. En todos ellos, el ángulo recto, el cuadrado, el rectángulo desempeñan el rol protagónico. Ya internacionalmente, en el siglo XX, detenerse más allá de la acelerada liberación cubista, pues se abre un amplio horizonte de frutos imperecederos. Son las dos fundamentales rutas paralelas que desarrollan el arte abstracto. En relación a esto último, llama la atención que la actual retrospectiva del Centro Cultural La Moneda, dedicada a 60 años de abstracción en Chile, generalice el concepto y se convierta en un homenaje exclusivo a la vertiente geométrica. Entre muchas interrogantes que cabría hacerse sobre eso, valgan solo dos: ¿por qué se incluyó entre sus precursores a Vargas Rosas, cuyas formas fluyentes y curvas nada tienen que ver con las formas cerradas y rectas que vendrían después?, ¿por qué no se incluyó a ninguno de los informalistas de los 60? Desde luego, son estos asimismo abstractos y tenían el mismo derecho de participar. El asunto, en todo caso, no se encuentra aclarado en el texto del catálogo. Por otro lado, habría sido sumamente acertado haber incluido algún artista de la interesantísima nueva generación geométrica. Un mejor equilibrio cuantitativo del número de obras por cada pintor lo habría permitido.
En fin, más allá de sus limitaciones, emprendamos una síntesis cualitativa del conjunto propuesto. De partida, tres participantes brillan sobre el muro sur izquierdo de la Sala Andes: Sara Malvar y su par de
gouaches, preciosos dentro de un cubismo vigoroso y de coloración exquisita; Vicente Huidobro, de 1925, con la admirable conjunción de palabra poética y arte visual -anuncio remoto de credo conceptual-, reducida a una reproducción fotográfica; el uruguayo Torres García y sus cubistas, pequeñas y bien conocidas realizaciones, en especial de los años 30. Agreguemos a ellos el óleo esbelto (1957) del argentino Emilio Pettoruti. Siguiendo el orden de montaje, vienen numerosos óleos y dibujos, por entero geométricos del anticipado Mario Carreño, probablemente en su etapa más atractiva. Destaquemos los bellos "De la serie del atardecer rojo" (1955), "Proyecto mural en Hotel Habana Hilton" (1956) y, santiaguino, "Boceto para Colegio San Ignacio" (1960).
Si fugaces latigazos lineales caracterizan los ejemplos numerosos del argentino Claudio Girola, Ricardo Yrarrázaval, de 1967 (el óleo sin fecha anuncia acercamiento onírico), manifiesta su independencia y excelencia creadoras. Dentro de los testimonios acá desperdigados de Elsa Bolívar, seducen más su par de bonitos pasteles (1960) y, blanco y negro, el esplendor, la potencia formal de "Brújula" (1974). El muy visto doble volumen en madera blanca "Umbral", representa a Federico Assler. Como cabía esperar, a Vergara Grez se le otorga un extenso espacio. Valga recordar sus amplios lienzos, donde sí vibran azules y blancos. Completan aquí el panorama pictórico quizá más descollante "Estructura Visviri" (1972), de Claudio Román, y, de Waldo Vila, "Estructura poética" (1960). Tampoco falta la potente limpidez de las fotografías iluminadas, sin color, de Antonio Quintana; rescatan arquitectura y productos industriales.
La Sala Pacífico ofrece un buen comienzo con relucientes esmaltes sobre aluminio (1970-1980) y sintéticas maquetas en acero de Carlos Ortúzar, mientras Robinson Mora sabe imponer sus pinturas de aros luminosos (1976) y Carmen Piemonte atrae mediante un fogoso "Sol transparente", de 1972. Pero, ante todo, convence la originalidad de dos estupendos cultores del arte óptico: el hasta hace tan poco desconocido entre nosotros Iván Contreras Brunet (aquí con escasos ejemplares entre 1958 y 1969) y, desde luego, Matilde Pérez, que el montaje fragmenta. Suyos hallamos, de 1970, espléndidos
collages, pinturas y dibujos.
En cuanto a los seleccionados restantes, deben sumarse otros nombres destacables. Para comenzar, la importante presencia de Gustavo Poblete. No podemos dejar de subrayar, durante los años 60, "Estructura XII", "Serie negra N° 10", "Estructura IV en AZ" y, de 1994, la construcción con madera pintada. Asimismo a la década del 60 corresponden el largo óleo tan apto para mural de Virginia Huneeus, el agudo efecto óptico del cuadro -cercano a Matilde Pérez- de Roberto Carmona, la solidez constructiva y los coloridos peculiares de James Smith. Por último, mediante tubos de neón, Alejandro Siña convierte el cuadro pintado en delgados volúmenes de color (2016), en tanto que Luis Ladrón de Guevara continúa, sin alcanzar calidad similar, la senda fotográfica marcada por Antonio Quintana.
La revolución de las formas
60 años de arte abstracto en Chile
Lugar: Centro Cultural La Moneda
Fecha: hasta el 28 de mayo.