Resulta que ahora toda la culpa de la irregularidad del fútbol chileno recae en este torneo de 15 fechas, el más corto del mundo, pero también el más democrático.
Chile no se ha caracterizado por su alta convicción en el modelo de campeonato, fundamentalmente porque ha ido acomodando el sistema a la medida de los particulares intereses económicos y deportivos de quienes intervienen, y en las últimas dos décadas a la influencia de la televisión. Entonces, hemos transitado desde el torneo de 30 fechas con dos ruedas, tan defendido por los que se fijan en el rendimiento a largo plazo y esa naturaleza de justicia que trae aparejado casi por antonomasia, al certamen corto sin playoff , lejos el de más mala prensa del que se tenga memoria, porque los analistas lo consideran fácil y mediocre a la vez; también denominado "efectista", porque hasta Cobresal pudo salir campeón, y demonizado hasta el hartazgo esta temporada, como sucede además todas las temporadas que coinciden con las pésimas campañas de los clubes en torneos internacionales.
Pero pasa que llegado el momento, como el que estamos viviendo, que este torneo chileno que tanto aborrecemos, desprestigiamos y del que incluso nos avergonzamos, tiene a todo el mundo del fútbol mirando con lupa las últimas tres fechas porque hasta el equipo que hace dos jornadas peleaba el descenso hoy tiene una opción matemática de salir campeón, y porque el elenco que dábamos por descendido aún se puede salvar, y porque el otro que ya estaba poco menos que dando la vuelta olímpica, está a punto de enfrentar un fracaso de proporciones.
¿Qué habría acontecido si en un torneo largo y justo y competitivo y de nivel y de alto rendimiento y de excelencia, un club, seguramente uno de los grandes, hubiese conquistado el título cuatro o cinco fechas antes del término? Los puristas estarían celebrando porque se premió la regularidad, mientras que la misma mayoría que hoy reniega del actual Clausura estaría diciendo que hay que revisar el modelo porque no puede ser que el desenlace no tenga suspenso, atractivo, espectacularidad, que haya tanto desequilibrio, que se favorezca a los poderosos que por su capacidad financiera arman planteles de largo aliento, etcétera, etcétera...
Es evidente que el campeonato que hoy convoca tanta atención no es el mejor del mundo, pero tampoco se puede interpretar, por ejemplo, que sea malo porque varios equipos tengan la opción de ser campeón o porque estadísticamente quien lo gane pueda ser el de peor rendimiento histórico. Hay un análisis gruesamente simplista cuando se habla de este Clausura y del nivel parejo de sus componentes, como si la igualdad de fuerzas fuera un defecto o una automática nivelación hacia abajo; una mirada ciertamente discriminatoria hacia los que también tienen opciones pese a que su historia o sus hinchadas son minoritarias.