"La civilización de hoy en día es la ceremonia del acceso. ¿Qué quería decir? Quería decir que hoy en día, para entrar en el lugar que fuera, un aeropuerto, un banco, una joyería, una relojería, uno tiene que someterse a determinada ceremonia de control. ¿Por qué ceremonia? Porque no sirve para nada en concreto; un ladrón, un secuestrador, un terrorista, si tiene intención de entrar, entra de todos modos. La ceremonia no sirve ni siquiera para proteger a quienes se encuentran al otro lado del acceso. Pues entonces, ¿para qué sirve? Sirve precisamente para el que está entrando, para hacerle creer que, una vez dentro, ya podrá sentirse a salvo".
La reflexión precedente proviene de
La luna de papel y se la plantea el comisario Salvo Montalbano, entrañable protagonista de la saga creada por Andrea Camilleri y que ya lleva unos 30 títulos en los que el detective es la figura central, junto a su peculiar equipo y a otros personajes que se repiten y son tan humanos, que por fuerza terminamos queriéndolos y siendo sus amigos. Quizá ahí reside la clave del éxito del nonagenario Camilleri, hoy el autor más popular de Italia y uno de los más leídos de Europa. Sin embargo, hay otra clave, mucho menos evidente, mucho más subterránea y el pasaje transcrito lo demuestra de modo rotundo: el narrador siciliano utiliza el género policial para llegar a la discusión de cuestiones que superan lejos la mera entretención y alcanzan, en forma natural y sin ostentación, temas como el poder en la sociedad actual, los vínculos entre la clase política y el crimen organizado, el rol de los medios de comunicación y otros semejantes. Así, lo que a primera vista parece un divertimento, a la larga es el retrato en clave menor del mundo actual, de cómo vivimos, cuáles son nuestros sueños, en qué medida lo que hacemos es decidido desde las alturas o bien, hasta qué punto somos responsables de aquello que nos sucede.
En
La luna de papel, Salvo se enfrenta a uno de los casos más turbios de su carrera y como ya es habitual en la serie, siente el peso de los años, es presa de acuciantes contradicciones, cae en dudas existenciales, sin que nada de ello signifique que está menos dispuesto a aclarar las supercherías, dejarse atrapar por las trampas que le tienden, doblegarse ante la burocracia y, sobre todo, sin que nadie pueda impedirle gozar de la cotidianidad que se ha construido y de los placeres pequeños y grandes que se le ofrecen.
La luna de papel comienza con la denuncia por la desaparición de Ángelo Pardo presentada por su hermana Michela, quien acude con Salvo a la casa de Pardo, para encontrar que ha sido horriblemente asesinado y que lleva varios días muerto. Pardo era vendedor a gran escala de productos farmacéuticos, había sido médico exonerado de sus funciones por causas imprecisadas y poco a poco se van descubriendo su equívoca personalidad y sus lazos con siniestros grupos que comprueban que nunca fue santo. La intriga se complica con la aparición de numerosos sospechosos o mejor dicho con la entrada en escena de diversas mujeres que tuvieron relaciones con el occiso y que son la especialidad de Camilleri: guapísimas, inteligentísimas, por momentos brillantes, inescrupulosas y, por cierto, una tentación irresistible para nuestro héroe, ya que vuelven a poner a prueba su fidelidad a Livia, la carismática y temperamental pareja de Salvo. En el centro de la historia se halla la rivalidad, mejor dicho la lucha a muerte entre Michela, quien, detrás de su desaliño y malhumor oculta una sensualidad desbordante, y Elena, joven amante de Ángelo, casada con un profesor complaciente, bastante amoral, en el fondo, una pantera al acecho de sus conquistas, todos peleles dispuestos a hacer lo que sea con tal de complacer a esta fiera.
La aproximación de Camilleri a la psicología femenina en
La luna de papel es compleja y, hasta cierto punto, muy políticamente incorrecta en los años que corren. En ese sentido, continúa la tradición de la gran narrativa negra norteamericana al presentarnos a arpías cínicas y sanguinarias, claro que a la luz mediterránea, frente al sol cegador de las imaginarias ciudades de Vigata y Montellusa, aunque nunca desciende al estereotipo, puesto que, a fin de cuentas, ellas son, tal como sus contrapartes masculinas, víctimas y cómplices al mismo tiempo. Así,
La luna de papel, como toda ficción de misterio que se respete, carece de moraleja, excepto, tal vez, la desconcertante conclusión de que quienes ofician la ceremonia del acceso son definitivamente ellas y no ellos.
La luna de papel
Andrea CamilleriSalamandra,
Edición de bolsillo,
Barcelona, 2016,
256 páginas,
$8750.
Novela