A propósito de los gigantescos edificios de vivienda que se levantan hoy en ciudades chilenas y que son objeto de recriminaciones por su tamaño y estilo: ¿Existe una arquitectura moderna hoy? ¿Y qué es la modernidad? Cuando vemos surgir construcciones que vienen a reemplazar otras que hasta ahora nos parecían bellas y útiles; cuando el reemplazo transforma, además, nuestro paisaje urbano en un ente amorfo y errático, debemos preguntarnos si es esta la arquitectura apropiada a nuestro momento histórico, cultural y geográfico, si estamos construyendo una ciudad y una sociedad mejores, o si estamos apenas tolerando íconos traspuestos desde otras latitudes, sustentados más en la vanidad de diseñadores y mandantes que en sus consecuencias. Es cierto que en Chile el conquistador encontró poco construido, y que hemos adoptado cada influencia del momento, desde la casa romana con patio árabe por la vía de Andalucía, hasta el eclecticismo romántico del siglo 19 que todavía fascina en los viejos barrios de nuestras ciudades. Hasta entonces, sin embargo, cada vez que se importó un modelo arquitectónico o urbanístico, fue bien adaptado a nuestra realidad, y pudimos considerarlo propio.
Es difícil definir el concepto de arquitectura moderna hoy, era de sincretismos globales, sobre todo cuando aquello que denominamos "modernismo" pertenece ya a la tradición histórica. En efecto, el siglo 20 dio luz a una revolución arquitectónica y urbanística con un entusiasmo sin precedentes: de la mano de las grandes reivindicaciones sociales, el desarrollo de nuevos materiales y tecnologías constructivas, la irrupción del automóvil y el ascensor, la arquitectura se desembarazó de sus cánones para replantearse en torno a una nueva ética: la del hombre libre y digno, la de la racional comunión de función, forma y espacio, en que el ornamento es frívolo mientras que la belleza es expresión de la honestidad material e intelectual. Su misma condición utópica permitió replicar el movimiento en todo el mundo, incluido Chile, con importantes obras públicas y privadas. He aquí, en gran medida, el antecedente de la arquitectura que se diseña hasta hoy.
¿Se hace, pues, arquitectura moderna en Chile? Aparecen obras extraordinarias, de pequeña escala, fruto del oficio y rigor de algunas prácticas profesionales comprometidas con el desarrollo del país, y fruto también de la visión de sus respectivos mandantes. Ejemplos posibles de vivienda colectiva innovadora son el edificio Golf de Manquehue, de Izquierdo y Lehmann (1994), los "lofts" de Francisco Vergara Dávila y asociados en Plaza Brasil (1997) y en Plaza Yungay (1999), el edificio Bremen de Cecilia Puga (2005) y el edificio Mirador de Searle Puga Arquitectos (2011), por nombrar algunos. Estas obras han hecho brillar a Chile en el escenario internacional. Falta ahora que ese nivel de excelencia impregne al resto del mundo de la construcción, y el país entero goce de las virtudes de la modernidad, entendida como un estado mental colectivo de optimismo, confianza en la innovación, generosidad en los recursos y esperanza en los resultados.