El título de la novela de Howard Jacobson -una jota doblemente tachada- es un juego incomprensible entre el protagonista, Kevern Cohen, y su padre, y consiste en que, cada vez que se va a decir una palabra que comienza con esa letra, no se pronuncia y se pone, en cambio, dos dedos delante de la boca. Kevern nunca entendió por qué su padre hacía eso, pero tampoco se lo preguntó jamás; y es que en el mundo de Kevern ese tipo de indagaciones no son bien vistas. Algo terrible ha sucedido en el mundo; tan espantoso que no se habla de ello e incluso se duda de que haya pasado, bajo la forma ritual de decir "lo que sucedió, si es que sucedió". La novela está llena de frases del tipo "el pasado existe para olvidarlo". "Hubo un tiempo en que la gente se escribía por el teléfono, pero escribía cosas tan horribles que hubo que desalentar esa práctica". El único rastro de la tecnología disponible es un teléfono analógico puesto a disposición de todos por la autoridad, en un mundo en que la autorregulación, las reglas tácitas, las costumbres que se asientan aparentemente de manera natural, son la norma.
La novela es inquietante por lo que no se dice. Hay una agencia gubernamental llamada Presentis que estudia el clima social. Hay brotes de violencia que van
in crescendo, aunque la acción ocurra en un pueblo perdido en la costa de un indeterminado lugar. Los personajes que pueblan sus páginas son de algún modo inasibles, pero también sospechosamente parecidos a los de cualquier lugar del mundo actual. Hay una delgada trama policial. Y hay, por sobre todo, una historia de amor, la de Kevern y Ailinn, dos personajes que se salen de la norma, cuya extrañeza es notoria para el resto de los habitantes de Puerto Rubén, y que es, a la vez, lo más extraño de la novela, por la forma en que Jacobson explora la identidad, la herencia, el vínculo con el pasado de cada uno de ellos, y lo más reconocible a la vez. Quizá el gran mérito de la novela es su capacidad para discurrir siempre por ese delgado filo que separa lo familiar, lo reconocible, de lo espantoso e impensable, filo en el que hay que mantenerse para no perder la cordura, si es que ello existe en el futuro creado por Jacobson, un futuro en donde se ha vuelto "a la celebración primordial de la belleza natural" y el arte debe ser, nada más, el arte de la imitación, y la racionalidad -que falsea los sentimientos- no es bien vista. Un mundo en el que hay que pedir perdón, no importa por qué motivo.
Howard Jacobson
Sexto Piso,
Madrid, 2016.
385 páginas