Me encuentro de paso por una ciudad que no hace sino recordarme lo breve y efímeros que son los políticos, las deidades y las fortunas personales y la duración mayor que el tiempo concede a las grandes obras de arte, a la naturaleza y su rítmico curso y al carácter de los hombres. Aquí también llueve igual que en mi Maule, corre un río, se divisan las estrellas en las noches claras y las tardes primaverales las refresca una brisa familiar. Las madres y los padres se reúnen a jugar con los niños en la plaza, todos critican al gobierno de turno; dos señoras en el banco de al lado cotillean en contra de sus respectivas nueras, los jóvenes se carcajean en torno a unas cervezas. Al subir una colina me ataja el perfume de los azahares y de las acacias que mi cuerpo acostumbra a sentir solo en septiembre.
Las miles de capas y pigmentos que se acumulan en las viejas ciudades no pueden sino forzar a considerar con escepticismo la importancia de lo episódico que acaece con tanto griterío, vanidad y ostentación alrededor nuestro.
Pueden provocar grandes padecimientos o alegrías, pero son escasos los individuos que dejan un vestigio para bien o para mal pasados unos cincuenta años o menos después de su muerte, incluso aquellos que alcanzan el máximo poder, riqueza, honor y fama dentro de la polis.
Paul Veyne, al contrario, se esfuerza en explicar por qué Constantino, cuando los cristianos eran minoría en el imperio, se convirtió al cristianismo a principios del siglo IV y dio curso a un cambio tan importante para Europa y para el mundo. Veyne, una de las máximas autoridades en historia romana, es un no creyente y se esmera, rechazada la hipótesis del cálculo político con insuperables argumentos, para dar con razones que le permitan explicar "naturalmente" este giro. Al contrario de lo que suele decirse, en la élite intelectual del siglo anterior, en la que predominaba el neoplatonismo, ya el cristianismo era "la cuestión del siglo". Toda la erudición y agudeza de Veyne se concentra en demostrar cómo Constantino percibió la originalidad y superioridad de Cristo y del cristianismo frente a las debilidades del paganismo y tuvo la sincera convicción de que un gran político debe ponerse al servicio de un gran Dios. El cristianismo para Veyne no solo ha dado lugar a grandes obras de arte, sino que el mismo era una gran obra de arte.
En la encrucijada de un misterio, el historiador expone de modo espléndido las piezas argumentales que convirtieron a un individuo pasajero como todos en el político quizás de mayor importancia de todos los tiempos. El libro se llama "Cuando Europa llegó a ser cristiana".