La escena es en extremo simple: la cámara va siguiendo a cierta distancia a una motoneta Vespa, mientras recorre una descuidada ruta playera. Nunca vemos de frente al conductor, que pocos momentos antes nos ha dicho que jamás ha ido a Ostia, la localidad romana donde fue asesinado el cineasta Pier Paolo Pasolini, en noviembre del 1975. Pues bien, todo indica que la moto va en busca del lugar exacto, sin detallar los pormenores del atroz crimen, sin recurrir a las palabras y solo acompañada por los sones del "Köln Concert", de Keith Jarrett, en el soundtrack , el cual va creciendo en volumen e intensidad cuando Vespa y cámara se detienen, y el hombre se baja para observar en la distancia un deteriorado monolito, sin placa o nombre alguno, casi escondido entre un seco herbazal. Hemos llegado a destino.
El conductor es el cineasta italiano Nanni Moretti. La secuencia, un momento culminante de su filme "Caro Diario" (1994), uno de los instantes más bellos -y dolorosos- del cine contemporáneo y poderosa declaración de principios contra nuestra capacidad para el olvido. Incluso el olvido de nuestra propia indignación.
Es indudable que ese tema se discutirá tanto en la forma como en el fondo mañana, cuando el realizador dialogue cara a cara con el escritor Alan Pauls, en el marco del ciclo La Ciudad y las Palabras, en el campus Lo Contador UC, y no por un asunto de ideología, sino porque esa preocupación está en el centro de la obra de un realizador que en la primera etapa de su carrera fue confundido con un polemista devenido en comediante y más tarde con un sofisticado cronista de la crisis y desilusión de la izquierda europea. Sin embargo, a la luz de filmes como "La misa ha terminado" (1985), "Aprile" (1997), "La habitación del hijo" (2001) o "Habemus Papam" (2011), es claro que esos y otros juicios sobre su carrera eran apresurados: pese a su pasión por el absurdo, no se precipitó en él, como le ocurrió a su coterráneo Roberto Benigni. Pese a su incondicional amor por la imagen, no dejó que esta convirtiese su trabajo en espejismo (como sí le pasó a Wim Wenders), y, aunque su fascinación con la posmodernidad está fuera de dudas, jamás se volvió un esclavo de ese lenguaje, a lo Almodóvar. Después de esas y muchas otras intensas correrías de fin de siglo -volverse una figura solitaria en el cine italiano y luego emerger como punta de lanza de una nueva generación-, se diría que Moretti, el artista y la figura pública, hoy es considerado tanto un radical como un clásico; extraña condición, sobre todo en tiempos como estos, que no toleran actos de equilibrio entre lo que parecen extremos irreconciliables.
Lejanos están los días del vociferante Michele Apicella, el alter ego con que protagonizó algunos filmes hilarantes ("Ecce bombo", 1978) y otros furiosos ("Bianca", 1994). Lejanos se han vuelto también los de "Caro Diario", donde el sujeto -que al fin llevaba su propio nombre- oscilaba entre la caricatura y una desarmante humanidad. Hoy, esa enorme fuerza vital ha pasado a segundo plano, en la medida que sus largometrajes se han centrado más en las instituciones (la familia, la Presidencia, el Papado, la madre) que en los personajes, pero basta darse una vuelta por su sitio web, Sacherfilm.eu, para toparse con cortos como "Film Quiz" y "Diario di uno spetattore", donde aún se puede ver al Nanni de siempre, recordando buenas y malas películas, haciendo memoria. Gritando. Odiando. Amando.
Nanni Moretti en La Ciudad de las Palabras.
Campus Lo Contador UC. Mañana, lunes 17 de abril, 18:30 hrs.