Un buen conjunto del fallecido coleccionista anónimo se presenta en la Corporación Cultural de Las Condes. De esa manera desfilan ante nosotros, muy bien distribuidas, telas de pintores de la centuria antepasada y de comienzos del siglo XX. Tanto en modernidad de fecha, como en calidad genuina sobresale un óleo de maravilla. Su protagonista, una simple "Sombra", síntesis figurativa y modelo de vacío capaz de una expresividad que bordea lo metafísico. Su autor, Pablo Burchard. A continuación, siguiendo el montaje, analicemos ahora las obras más atractivas y las menos vistas. Así, de los Somerscales participantes, destaquemos un panorama de tierra adentro: "Paisaje", de 1896. Descuella por la dinámica composición del arbolado espeso en primer plano y del lago que se estrangula hacia cerros casi esfumados en el horizonte. Del mismo año, el "Paisaje campestre" -más alejado de lo pintoresco que el con palmeras- nos entrega un Onofre Jarpa que, esta vez, logra captar la médula vegetal del Valle Central. Esta misma zona del país resulta predominante entre los actuales expositores. Por su parte, especial delicadeza ofrece el grupo arbóreo de Enrique Swinburn, de 1888.
Aunque deba avanzarse dentro de los espacios de Las Condes, similar temática pura, sin vestigios humanos, obliga a detener la atención en cuatro excelentes Valenzuela Llanos. Primero, la gloriosa "Luz en la quebrada" y su atmosférica iluminación de un retazo vigoroso del rulo, probablemente colchagüino; también nos conquistan los quilates novedosos de "Presagio de tiempo". Ya con ecos del hombre o con él mismo como otro protagonista del ámbito campestre, encontramos el criollo "Paisaje de campo" agradable, de Juan Mocchi; "Casa de fundo", donde Manuel Thompson sabe imponer quietud y silencio, y la atractiva "Yunta de bueyes", un Rafael Correa mucho más jugoso y proteico que lo habitual. Otra cumbre entre las exhibidas corresponde a Juan Francisco González. Junto a "Plaza Italia", anotemos "Muro y árboles" y, menos conocida por el público, la sensorial plasticidad de "El pintor".
En cuanto a visiones urbanas, valga subrayar las debidas a Ramón Subercaseaux. Al lado de su "Esquina de Plaza de Armas", encanta el inesperado detalle que protagonizan las dimensiones reducidas del precioso y portuario "Barco y botes". De Helsby cuelgan "Santiago nevado" (1912), en el que logra transmitir sensaciones térmicas, de lugar, de época; además está la primaveral transición entre noche y día que obtiene en la bastante exhibida "Vista de Valparaíso desde Alto Recreo". Joaquín Fabres sorprende mediante una europeizante y bien pintada "Campiña francesa". Si por una parte Cosme San Martín aporta un realista, un atractivo "Interior" de acomodado hogar santiaguino, la infrecuente presencia de Celia Castro se repara con una naturaleza muerta de peras y uvas llenas de una vitalidad notable.
Como cabía esperar, tampoco se hallan ausentes los retratos en esta colección de nombre reservado. Empecemos por tres infantiles, debidos a pintores de épocas distintas. Entre ellos se impone el esbozado gesto natural, encantador, con que a través de una aparente espontaneidad formal Benito Rebolledo crea su "Niña de las guindas" (1908). Entretanto y pertenecientes a una generación muy anterior, José Mercedes Ortega supera, por su mayor carácter anímico, a la niñita de igual edad, cuyo rostro Luis Mandiola tiende a envejecer. Asimismo, se lucen aquí algunas figuras femeninas adultas. Anotemos una de las bellas damas de Pedro Lira, tan representativas de la clase alta de entonces; la exhibida, con su chal blanco irradia elegancia. De hermosura menos refinada, la cabeza de Valenzuela Puelma es toda fuerza sensorial. Décadas posterior, la mujer de Arturo Gordon manifiesta uno de los grandes momentos del pintor y a bastante distancia cualitativa de su panorama ciudadano.
Tatiana Álamos
Pero, además, la corporación cultural propone la producción más reciente de la conocida artista Tatiana Álamos. De partida, parece increíble que a su edad resulte capaz del vigor formal y de la inventiva creadora que deja ver. Aún más, lo que hoy nos muestra exterioriza una voluntad de ordenamiento y de unidad iconográfica enteramente nuevas. Bajo la marca de su acervo cultural típico, esta serie de 13 figuras emparejadas emerge entre heráldica y fantástica, entre signo primitivo y mundo extraterrestre. Al mismo tiempo amalgama, sin inconveniente, relieve escultórico y pintura. Sus latones escapan de la superficie pintada, pareciendo aproximar al espectador su particular expresividad.
Lugar: Corporación Cultural de Las Condes
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