En la variada oferta de conciertos de Semana Santa, destacó "Las siete últimas palabras de nuestro Redentor en la cruz", de Joseph Haydn. El lunes, en la Sala Fresno de la Pontificia Universidad Católica de Chile, se escuchó la versión realizada por la soprano Carolina García, la mezzosoprano Claudia Godoy, el tenor Rodrigo del Pozo, el barítono Patricio Sabaté, Pablo Castro como comentarista de los textos, el Coro de Cámara UC (director, Mauricio Cortés), el Coro de Estudiantes UC (director, Víctor Alarcón), la Orquesta Académica UC (concertino, Gonzalo Beltrán), todos bajo la dirección general de Julio Doggenweiler.
La aceptación y popularidad de la obra en su tiempo hizo que el compositor realizara una versión para orquesta (la original), una versión para cuarteto de cuerdas, una versión para piano autorizada por él y, finalmente, diez años después de su estreno, un oratorio con texto en alemán de Friebert y Van Swieten, para solistas, coro y orquesta.
La obra contempla una introducción, siete sonatas y un terremoto final. Dado el espíritu del encargo -una música que debía acompañar la ceremonia de Viernes Santo en la capilla de la Santa Cueva en Cádiz- se trata de una profunda meditación sobre cada una de las frases que, según los Evangelios, pronunció Cristo en la cruz. Para ahondar en dicho espíritu, Haydn se impone la ímproba tarea de componer siete sonatas que procuran, dentro de la abstracción propia de esa forma, desentrañar los afectos de los dramáticos textos. Pero esa indagación no es descriptiva (como en "La creación"), sino sutilmente simbólica. Por ejemplo, en las palabras "tengo sed", la presencia únicamente de los vientos y la ausencia momentánea de las cuerdas produce una rara sensación de "sequedad"; cuando las cuerdas vuelven, sus pizzicati suenan como gotas de agua que mitigan la sed de Jesús. En cada número se pueden encontrar asociaciones simbólicas semejantes aunque nunca evidentes.
La interpretación fue de excelencia: los solistas, todos de larga y reconocida trayectoria, estuvieron magníficos en sus dúos, tríos y cuartetos; impecable y emotivo el desempeño de los coros, arrolladores en el terremoto final ("El ya no está... ¡Tiembla, Gólgota!"); bello empaste, expresividad y disciplina en la orquesta.
Doggenweiler, invariablemente, deja una gratísima impresión en sus visitas a Chile. En esta oportunidad, su gesto siempre musical y fructífero logró una notable conjunción entre música y espiritualidad, en una obra austera pero impregnada de emoción. Acertado inicio de la Semana Santa: para creyentes y no creyentes siempre es bueno hacer un lugar para la meditación y si es con una música excelsa, ¿se puede pedir más?