En el mundo del tenis parece que nadie quiere a Óscar Rojas Carrasco, el presidente de la Federación, y tampoco a su mesa directiva. No los acusan de nada con la convicción o pruebas que podría tener un fiscal, pero los vinculan indirectamente a anteriores administraciones calificadas de nefastas, autoritarias, discriminatorias, corruptas, ineptas y un sinfín de defectos que en nada engrandecen un deporte que a Chile le ha dado demasiado, más de lo que sus dirigentes se merecen.
Pide entonces, la familia del tenis, que Rojas renuncie. Que se vayan todos. Desde Marcelo Ríos a Patricio Cornejo exigen "un acto de grandeza", así, textualmente. Porque Rojas y su directiva no lograron el consenso que prometieron, no dan el tono, no tienen el estándar necesario, no otorgan la mínima confianza, no les interesa el desarrollo del tenis y enumeran una buena cantidad de deficiencias que podrían abochornar incluso a la FIFA.
La primera pregunta que cae por su propio peso es cómo fueron elegidos individuos que tienen tantos anticuerpos en el ambiente del tenis. Entonces, la explicación es que fue producto de una elección polémica, impugnada por otras asociaciones, con denuncias de adulteración de documentos, arreglines varios y otros tantos acuerdos bajo cuerda que asoman inimaginables para una federación que debería tener cierta jerarquía, tratándose del segundo deporte más popular del país.
La siguiente pregunta es por qué, si tanto les importa la actividad, las mismas personalidades que rubrican la carta y que hoy denuncian calamidades y exigen renuncias, no fueron capaces de generar un grupo homogéneo e idóneo capaz de derribar a la mesa electa. O, si son tan representativos del sentimiento que embarga al mundo del tenis, cómo dejaron que estos dirigentes llegaran al poder.
En Chile, jamás ha sido una señal de progreso que los deportistas cuestionen el funcionamiento directivo. Eso no significa que en la historia de nuestro deporte sea una costumbre vista casi como saludable desde el punto de vista de fiscalización, sobre todo cuando otros organismos contralores no la ejecutan. Pero en este episodio del tenis hay un tufillo a insurrección de la elite que no huele bien, una presión indebida y hasta sediciosa a partir de un acto que hasta ahora no ha sido declarado irregular por ninguna autoridad. Nadie puede asegurar que la directiva de Rojas Carrasco sea tan nefasta como la de José Hinzpeter, pero referentes de la talla de Massú, González o Fillol deberían dar el ejemplo y combatir al oponente con ideas y no pretender revertir el presente del tenis con un virtual golpe de Estado.