Algunos de los primeros registros estadísticos ni siquiera tenían números. Eran reportes escritos que describían las cualidades de los pagos, fincas o states de tal forma que el noble a cargo pudiera hacerse una idea de su territorio. Así, el paisaje de cada comarca era narrado en sus particularidades, con sus ríos, sus prados, sus siembras y sus gentes. Primero la población y luego la producción se transformaron en cifras más operativas que permitieron fijar con precisión los tributos. Pero aun en la estadística moderna siguió siendo muy relevante la minuciosa descripción de cada provincia, como en los primeros censos hechos en Chile, en donde se lo describía como un precioso valle dedicado a la agricultura.
Antes se echaba mano principalmente a los registros parroquiales, aunque se sospechaba que podían ser muy inexactos. Los más pobres a veces no podían pagar por matrimonios ni bautismos, quedando marginados de los recuentos demográficos. Es por eso que el Chile republicano apuró el desarrollo de una estadística territorial moderna, realizando el primer Repertorio Nacional en 1835, fundando la Oficina Central de Estadística en 1843 y repitiendo el empadronamiento cada década a partir de 1865. Aunque la experiencia fue perfeccionando el método, pocos países latinoamericanos cuentan con una historia en cifras tan sistemática.
Porque crecemos, cambiamos y nos movemos por el territorio, resulta fundamental conocer con regularidad quiénes somos y dónde estamos; qué objetos usamos y cómo organizamos nuestra familia. El próximo miércoles 19 repetimos esta encomiable tradición republicana. Es un acto de justicia espacial y una tarea colectiva construir con veracidad aquel retrato ajustado de nuestro territorio. Y, del mismo modo, como es de muy mal tono demorar, distraer o arrancarse de una fotografía familiar, es de muy mal ciudadano no presentar nuestra mejor cara en el momento del censo. Quedaremos inmortalizados para la historia, con nuestra imagen convertida en cifras clave para la elaboración de las políticas públicas. Sin esos datos, no hay planificación ni urbanismo posible en la
próxima década.