El predominio, la peor de las veces de modo inconsciente, de una tradición que lo ha dicho todo es la némesis del artista contemporáneo: no encuentra la forma de expresar aquello único y singular que cree tener en mente sino recurriendo, a pesar suyo, a una manera ya empleada por algún artista anterior, y si las formas se parecen, quiere decir que los contenidos también, corriendo por lo mismo el riesgo de que el sello personal inconfundible se esfume en lo banal y trillado. Es la célebre angustia ante las influencias.
En una serie de televisión muy bien realizada - "Mozart in the jungle"- vi (fue lo primero que vi) una secuencia que me produjo hilaridad. Un compositor musical, un maduro pero bien mantenido solterón, refinado, cool y suficientemente vanidoso, al levantarse cada mañana, después de felicitarse por su pinta ante el espejo, saluda devotamente, como si fuesen santos, unas estatuillas que representan a Mozart, Schubert, Liszt y Chopin. Ese día ha decidido mostrar su trabajo a un amigo suyo, un pianista. Aparece entonces en la puerta del estiloso loft donde el encumbrado compositor fragua su música el intérprete musical susodicho, una suerte de antítesis suya, encarnado por un actor bajito, nervioso, de rostro ratonil muy simpático, quien muy modestamente declara, trémulo, el honor que significa ser el primero en conocer y ejecutar la música creada por tan gran maestro. Ya frente al piano, con las partituras a la vista, las va ejecutando con el máximo sentimiento y precisión de que es capaz. Cuando termina es interrogado ansiosamente por el compositor:
-¿Qué te parecen?
-Magníficas, espléndidas, brillantes.
-Sí, pero no me puedes decir algo más concreto.
El hombrecillo se retuerce en el sillín del piano e imprudente repite un fragmento de la composición que acaba de interpretar, y añade:
-Para mí, acá resuenan ecos del andante del "Impromptu"... y sin terminar la frase lo comienza a tocar enseguida en el piano.
Aunque tengamos oídos de tarro, nos damos cuenta de que entre ambos fragmentos hay más que una ligera semejanza. Mientras la música suena, la cámara enfoca cómo el rostro sereno y altivo del compositor se va retorciendo enrojecido en una mueca atroz que amenaza estallar en una tormenta de ira. Pero, antes de que ello ocurra, el pianista -que se las traía- añade:
-¿Y no le parece que en este pasaje de su obra, mi querido maestro (y lo interpreta otra vez), se percibe una magnífica transposición del tercer "Estudio Trascendental"?... (que se apresura a interpretar con el mismo resultado de la vez anterior).
Corte de escena. Enseguida, en medio de un alboroto, vemos al pícaro pianista siendo expulsado, con sillín y todo, del exquisito departamento por el educado compositor transformado ahora en un energúmeno vulgar.
Un artista más relajado habría replicado: es nada más que una cita de homenaje. La excusa de nuestra época.
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En una serie de televisión muy bien realizada, vi una secuencia que me produjo hilaridad.