Del marasmo institucional del fútbol chileno, era el Sindicato de Futbolistas uno de los pocos bastiones que estaba quedando inmaculado. O al menos, limpio de pecado original. Lo era, hasta que a la nueva directiva se le ocurrió cumplir con los estatutos y ordenar una auditoría, que arrojó una cifra de gastos sin justificar que podría asustar al mismísimo diablo. Desde el lunes pasado, Carlos Soto y los ex directivos de su mesa enfrentan lo que más temen: el infierno en carne propia, la sospecha convertida en blasfemia.
Pero tampoco es para sorprenderse. El Sindicato no es más que otra señal de la malísima reputación que a lo largo de los años nuestra clase dirigencial se ha ido ganando sin pudor alguno, por indecencia o negligencia. La figura de Sergio Jadue es el monumento a la sinvergüenzura, el peor ejemplo quizás; sin embargo, lo que su "obra" representa es una construcción que se edificó sobre bases de conductas que a una gran mayoría de los directivos chilenos les importa un bledo, en la medida que les permita seguir lucrando o ejerciendo la autoridad más allá de la crítica o la oposición.
La ANFP, los clubes y sus estamentos administrativos y técnicos no se dan cuenta de que cuando se ensimisman por esconder sus políticas de relación con el público o la prensa (asambleas reservadas, reuniones secretas, consejos de presidentes confidenciales) para maximizar sus beneficios deportivos y utilidades financieras, ponen en riesgo la sustentabilidad de una industria que en su imagen social se ve cada vez más debilitada. Temas internos tan sensibles como la organización de los campeonatos, la venta de entradas, la seguridad de los estadios, la opacidad de transacciones comerciales (la negociación del CDF es un misterio insondable), por poner algunos ejemplos, son prácticas socialmente no aceptadas, aunque sean legales, si es que no cumplen requisitos de transparencia y cuentan con un mínimo sistema de trazabilidad.
Cuando la industria del fútbol y sus empresas constituyentes pretenden resolver sus problemas reputacionales por la vía cosmética o a través de asesorías comunicacionales, lo más probable es que agrave su estado de salud. Es necesario reconocer que la peor herencia que han dejado las Sociedades Anónimas Deportivas en el fútbol chileno es la instalación de un sistema fundamentado en la codicia, que ha permeado a todos los asociados anexos. Pero mientras nuestra clase dirigencial no reconozca que los problemas no son con la gente, sino que tienen un origen interno, y no quiera ofrendar parte de sus utilidades para mejorar las condiciones generales de la actividad, seguiremos en el mismo limbo que hoy habitan Carlos Soto y sus camaradas.