"En nuestro primer gobierno tuvimos que reconstruir un país asolado por un terremoto provocado por la naturaleza, en nuestro segundo gobierno vamos a tener que reconstruir un país asolado por otro terremoto provocado por la Nueva Mayoría". Lo anunció Sebastián Piñera al ser proclamado candidato presidencial por Renovación Nacional. Sus palabras contrastan con lo que señalara en estas páginas mi colega Juan Andrés Fontaine, uno de los coordinadores económicos de su campaña. "Es un error pensar -como lo hacen los estrategas de la Nueva Mayoría- que Chile es un país fracasado y enrabiado. Un reciente informe internacional compara los niveles de satisfacción de la población de más de 150 países, utilizando encuestas (World Happiness Report 2017). El nuestro ocupa el lugar 20 en el mundo y el segundo en América Latina. Durante los últimos 10 años es el noveno que más ha progresado en esta dimensión". No puedo estar más de acuerdo; solo le faltó agregar que esa visión es también la de su candidato.
Chile, en efecto, en la última década ha dado un gran salto en el ranking mundial de felicidad, como lo registra el reporte mencionado, que coordinados por Jeffrey Sachs reúne a los mejores expertos internacionales sobre el tema y se realiza periódicamente bajo el auspicio de Naciones Unidas. De un total de 155 países, en 2007, Chile ocupaba el lugar 43; en 2012, el 28, y en 2017 alcanzó la posición 20. Dejamos atrás, entre otros, a Venezuela, México, Colombia, Jamaica y Argentina, y también a España, Italia y Francia. No creo que en otra materia Chile pueda mostrar un éxito semejante.
El mismo Fontaine afirmaba hace algunos años, antes de ejercer como ministro de Estado, que "Chile, después del gran salto que dio entre mediados de los 80 y mediados de los 90 entró en la 'gran siesta'". Pero aun dormidos o somnolientos parece que algo hicimos bien, y lo seguimos haciendo, pues de lo contrario no se explican estos resultados.
¿Qué hemos hecho bien, y en qué debiéramos perseverar? El reporte en cuestión ofrece algunas pistas. Tres cuartas partes de las diferencias de felicidad entre los países, afirma, se explican por seis factores: el PIB per cápita, la expectativa de vida sana, tener alguien con quien contar en caso de dificultades, la ausencia de corrupción en gobierno y empresas, la libertad para tomar decisiones y las redes de generosidad. Cuanto más se asciende en la escala de desarrollo, lo que hace más la diferencia en la felicidad de las personas no son las desigualdades de ingreso, sino las variables "blandas"; en especial, la salud psíquica y mental y la calidad de las relaciones interpersonales.
El reporte 2017 hace un zoom sobre China, país que ha experimentado un colosal crecimiento económico en el curso de los últimos 25 años. A pesar de ello, el nivel de felicidad de su población se ha reducido agudamente, recuperándose recién en los últimos años al nivel que tenía ¡en 1990! Algo parecido ocurre con Estados Unidos, que de ocupar el tercer lugar entre los miembros de la OCDE en 2007, cayó ahora al lugar 19. En ambos casos, la caída de la felicidad está asociada a fenómenos que Chile, en buena hora, ha logrado contener: el desempleo, la corrupción y, por sobre todo, el debilitamiento de los soportes sociales tanto estatales como interpersonales.
Chile, señala Fontaine con razón, debe "superar la mala onda y reanudar su marcha". No ayuda a este propósito presentar al nuestro como un país detenido, ni menos como víctima de un terremoto. Mejor sería identificar y mejorar lo que bajo diferentes gobiernos hemos venido haciendo bien, mejor que 146 naciones del orbe, y que nos sitúa como líderes mundiales en la producción de felicidad.