Nadie se animaría a desmentir a James Boswell cuando afirma que su "genio novelesco" no descansa. Se podría agregar incluso que su genio novelesco fue tan activo que le hubiera venido bien la calificación de febril. Y habría que observar también que esta capacidad literaria en su caso no estaba enfocada hacia las formas de la ficción, sino hacia las circunstancias y los personajes reales.
Boswell nos dejó, como se sabe, una obra extraña - Vida y opiniones del doctor Johnson -, que se ha ido acrecentando con los siglos a tal punto que Leon Edel la propone como el modelo absoluto del género biográfico. Se trata de uno de esos libros que se leen más de una vez en la vida, porque dejan con la sensación de que una sola lectura no los agota. En ellos la realidad suele ser de primer grado y la escritura, ansiosa, casi conservando en las palabras el ritmo con que se suceden los hechos cotidianos. El que mira el mundo en tales casos lo hace en una proyección horizontal, sin grandes introducciones ni grandes enmarcaciones conceptuales.
James Boswell vivió y escribió compulsivamente. El común denominador de ambas ocupaciones está en la admiración. La admiración fue el estrato del que Boswell sacó energía, el lente a través del cual miró la multiplicidad de las cosas. Vida y opiniones del doctor Johnson es un extenso ejercicio de admiración por el tipo más sólido y preponderante de la literatura inglesa del siglo XVIII.
Lo extraño de este precipitado de "vidas ajenas" está en la asiduidad obsesiva que por el biografiado mostró el autor durante años: el seguimiento personal, la marca al hombre, la imposición de una sombra. En un momento, Samuel Johnson llega a hacerle a Boswell el siguiente reclamo: "Ya no sé si yo soy usted o usted es yo, pero ambos me tienen harto". Boswell llegó además a aplicar su genio novelesco sobre la realidad misma, cuando corrió llevando mentiras de un lado a otro solo para arreglar un encuentro casi casual entre Johnson y el nieto del poeta Young.
He pensado en estas cosas a raíz de la publicación reciente de Una visita a Voltaire y Rousseau (Ediciones de la Universidad Diego Portales), donde Boswell despliega un talento admirativo que no rechaza el narcisismo. En efecto, lo que vemos en este libro hilarante es la figura de un tipo deslumbrado por las celebridades del momento y que en cierto modo las utiliza para contemplarse a sí mismo. El resultado es inevitablemente humorístico: Boswell se plantea como un payaso cínico. No está dispuesto a sucumbir ante las excusas de Rousseau para suspender una cita, como no está dispuesto a terminar la conversación cinco minutos antes de lo previsto, a pesar del agotamiento explícito de su interlocutor. A la carta que le escribió a Rousseau inicialmente pidiéndole una entrevista la considera él mismo "una obra maestra" y se dispone a guardarla "como prueba de que mi alma puede llegar a ser sublime". Es Boswell en el espejo, mirándose admirar, y sobre todo atacando con esas insistentes preguntas que tanto exasperaban a Johnson.