Nona Fernández tenía pocos años cuando tuvieron lugar los sucesos que conforman La dimensión desconocida , su última novela. De modo que es meritorio que se ocupe de contar la situación personal de cada uno de los actores del relato, muchos víctimas de las peores violaciones a los derechos humanos que se han cometido en el país. Quizá haya que añadir que siendo una escritora de exitosas teleseries y una narradora distinguida aquí y afuera -sus libros han sido traducidos a varios idiomas-, bien podría haber tomado un camino más fácil, pero ha elegido, en cambio, ser una testigo literaria de una parte de nuestra memoria histórica, lo que otorga un valor adicional a sus obras. Además, tanto ella como su madre, esposo e hijo son personajes de esta trepidante y emotiva trama.

El protagonista de La dimensión... es Andrés Valenzuela, ex miembro de la FACh que desertó de su institución para entregar, en 1984, una extensa confesión a la revista Cauce, la cual fue más tarde publicada en el Washington Post y sirvió de base para saber el destino de numerosos detenidos desaparecidos que, desde mediados de los 70 en adelante, fueron eliminados por el Comando Conjunto, así como la suerte corrida por otros compatriotas hasta mediados de la década siguiente. Fernández sigue la carrera de Valenzuela paso a paso, cuando decidió que ya no podía seguir tolerando lo que hacía, porque su vida se había convertido en una pesadilla, hasta los últimos hechos de sangre en los que participó. Son muchos y muy variados. Y empiezan con las muertes por disparos de armas automáticas y luego, el desbarrancamiento en el Cajón del Maipo de la plana mayor del Partido Comunista, entre ellos, Carlos Contreras Maluje, Alonso Gahona Chávez, José y Ricardo Weibel Navarrete, Miguel Ángel Rodríguez Gallardo, luego de haber sido sometidos a tormentos que abruman la imaginación humana. Fernández tiene el buen gusto de no describir en detalle cada caso y opta, en cambio, por presentarnos lo que ella piensa sobre las víctimas en su entorno social y familiar, proporcionándonos un cuadro bastante más conmovedor que el que entregan los informes oficiales sobre tales horrores. A continuación vienen otros tantos episodios similares, como las masacres en las calles Janequeo y Fuenteovejuna, a raíz del asesinato del general Carol Urzúa, con la particularidad de que no se liquidó a los perpetradores, pues estos fueron sometidos a proceso, condenados a presidio perpetuo y ahora se encuentran sufriendo extrañamiento en naciones europeas.

El relato está compuesto de múltiples y deliberadas repeticiones, de retazos subjetivos, de pequeñas anécdotas cotidianas, de puntos de vista diferentes y en ocasiones opuestos, en una prosa que, probablemente en contra de las intenciones de Fernández, suele ser lírica, con tintes nostálgicos o bruscos cambios de estilo, desde lo introspectivo a lo forense, frío, burocrático. Las peripecias de Andrés Valenzuela, llamado una y otra vez el hombre que torturaba, son escalofriantes y la autora reseña cómo fue posible que se ocultara tras su defección, quiénes fueron los profesionales anónimos que lo protegieron, de qué forma lo sacaron del país, trasladándolo primero por tierra a Argentina y después en un vuelo con destino a Francia, donde hoy reside en una localidad desconocida; sin embargo, ha salido de la clandestinidad siempre que su voz ha sido necesaria, para declarar en los tribunales acerca de lo que vio, lo que hizo y lo que supo.

La dimensión... parece un título inadecuado, ya que se refiere a una de las tantas series de ciencia ficción que se exhibían en los tiempos en que la pantalla chica era en blanco y negro, y evoca la domesticidad de Fernández y de otros ciudadanos que se refugiaban en esa forma de escapismo. Sin duda, Valenzuela también veía esos programas.

¿Es posible sentir piedad e incluso un grado de simpatía por alguien semejante? Eso depende de cada lector, aunque da la impresión de que Fernández establece un extraño vínculo, contradictorio y complejo, con la figura central de esta narración. Como sea, si no hubiese sido por él, poco o nada sabríamos acerca de la verdad y la suerte que corrieron numerosos chilenos cuyo paradero se ignoraba. En la ambigüedad, en el claroscuro del hombre que torturaba reside buena parte de la calidad de La dimensión... .