Uno de los supuestos que ha construido el imperio de las imágenes, es el de su fundamental ambigüedad. No poseen un significado exclusivo: dependiendo cómo se presenten al espectador, bien pueden implicar un sentido o su opuesto; solo cuando las observamos en relación con otras, en un contexto, su enigma comienza a aclararse.
Ese proceso de gradual develado, parte de la fábrica íntima del audiovisual, va siendo examinado capa tras capa por "Cameraperson" (2016), extraordinario filme en que la camarógrafa estadounidense Kirsten Johnson combina secuencias de los 24 documentales en los que ha oficiado de directora de fotografía, desde 2002 a la fecha. Salvo por un título inicial, que consigna su intención de que la película sea considerada una suerte de diario o autobiografía visual, no hay una narración que intente a la fuerza darles "unidad" a estos trozos. Son ellos los que van creando interconexiones, dialogando; ordenándose, mandándose solos. Pasamos de ver al filósofo Jacques Derrida sorteando autos en Manhattan, a mirar a un grupo de mujeres caminando por una polvorienta ruta en Uganda; de hacer guardia frente a la prisión de Sana'a en Yemen (que alojaba militantes de Al Qaeda), a recorrer antiguos lugares de tortura en Sarajevo; de aterrizar en el aeropuerto La Guardia, en Queens, a seguir la pista de unos crímenes en Jasper, Texas; y estos saltos -que al principio nos desorientan, nos separan del relato y nos obligan a armarlo como un rompecabezas- rápido se convierten en lenguaje, el cual una vez aprendido, se domina y hasta se anticipa.
Desde los años 60 que el vanguardista Jonas Mekas utiliza esa combinatoria para (des)ordenar sus recuerdos; en su monumental "Sans Soleil" (1982), el belga Chris Marker demostró que las posibilidades del collage fílmico eran infinitas; y mucho más atrás, en 1929, Dziga Vertov se sirvió de esa lógica para crear una obra maestra absoluta ("El hombre con la cámara móvil"). Pero lo que "Cameraperson" les agrega a esos gigantes es una manifiesta vocación de humildad: salvo por unas breves pero significativas tomas de sus padres y vida familiar, la cineasta va construyendo su filme de recuerdos no a partir de materiales propios, sino de los descartes de películas ajenas. Escenas eliminadas. Los instantes en que ella buscó el plano correcto, o lo corrigió o la cámara se le movió por error. Segundos que se quedaron fuera del montaje final y que, por eso, ya no le pertenecen al director que la contrató ni a su obra, sino a ella, solo a ella. Tiempo rescatado. Recuperado.
Aunque la cámara recoge momentos indelebles (un magnífico rayo en el cielo de Missouri) y otros risibles (dos estornudos suyos, arruinan el plano del rayo), "Cameraperson" adopta el tono de fragilidad, el reconocimiento de que la imagen -hoy considerada al centro de todo impulso comunicativo- posee una arquitectura tan delicada y fugaz como la de una flor, y que en un mundo plagado de estímulos audiovisuales, ese balance se encuentra en permanente punto de quiebre, impulsando las imágenes peligrosamente al absurdo, aumentando el riesgo de que no signifiquen nada.
Hacia la mitad de la película, Johnson filma a un niño girando arriba de una rueda de la fortuna, en Kabul, Afganistán. Más tarde filma su rostro. Él se tapa un ojo y ella le pide que baje la mano. Al descubierto queda su ojo ciego, una herida de los días de "ocupación". Tras la cámara, ella comienza a llorar. Corte. La secuencia -inutilizable- nunca tuvo cabida en el documental original. En este sí.
Cameraperson
Dirección de Kirsten Johnson.
Estados Unidos, 2016, 102 min.
Disponible en Blu-ray y DVD.