Cada cierto tiempo se reaviva el debate sobre el retorno del Congreso Nacional a la capital, sede natural de los poderes del Estado. El asunto ya fue zanjado hace años por el propio Congreso, que aprobó la idea de volver a su histórica sede en el centro de Santiago. Pero, evidentemente, el actual desprestigio de los legisladores ante la opinión pública les impide efectuar el enorme gasto que este traslado conlleva sin arriesgar un huracán de recriminaciones. Por ahí se ha propuesto hacer una consulta pública, demostrando lo poco y mal que se entiende en Chile por participación ciudadana, como si improvisados plebiscitos pudieran resolver cuestiones de naturaleza estratégica. No. Ese no es el camino.Hay que comprender la historia de estos dos edificios, y su relación con sus respectivas ciudades, para tomar la decisión valerosa, trascendente e impostergable que esas ciudades y el país necesitan. Mientras el Congreso Nacional de Santiago es una expresión espléndida de la consolidación de la democracia republicana y del rol que la ciudad juega en el fortalecimiento de la institucionalidad política, el edificio de Valparaíso representa absolutamente todo lo contrario, y su efecto en el puerto ha sido nulo, si no pernicioso. Después de haber mantenido disuelto el Congreso Nacional y clausurada su sede por 17 años, la decisión de refundarlo en Valparaíso fue arbitraria, posiblemente motivada más por razones ideológicas que de conveniencia, y ciertamente sin considerar las consecuencias que tendría para ambas ciudades. Para emplazarlo se demolió el histórico hospital Enrique Deformes y se convocó un concurso internacional de arquitectura, con un jurado de gran prestigio, en el que participaron numerosos arquitectos de renombre. Se sabe que durante la última deliberación del jurado, cuando ya se habían decidido los premios, el entonces presidente de la República irrumpió en la reunión e impuso como ganador el proyecto que su capricho le dictaba. A pesar de lo granado del jurado, nadie se atrevió a contradecirlo, y debieron contentarse con otorgarle el segundo premio al proyecto favorito. El edificio que ha servido de Congreso representa, pues, las múltiples dimensiones de una época traumática; su historia es sórdida, su arquitectura es irremediablemente extemporánea, su relación con la ciudad es mezquina, insular y ominosa, como una fortaleza ajena, dispuesta solo para las comitivas de Santiago que van y vienen raudas e impertérritas. El Congreso Nacional pertenece a Santiago, en interacción física y simbólica con los demás poderes del Estado. Al Congreso le hará moralmente bien volver a la capital, y al centro de la ciudad le hará muy bien volver a tener la vitalidad del Congreso. Por su parte, el edificio de Valparaíso será un muy buen Centro de Convenciones, que Valparaíso no tiene y necesita con urgencia para diversificar su potencial turístico y su desarrollo económico. ¡No esperemos más!