Aparte de los entretenidísimos
thrillers judiciales que John Grisham publica con frecuencia anual, son quizá más destacables las novelas que tienen como protagonista a Theodore Boone, un chico de 13 años que vive en la imaginaria ciudad sureña de Strattenburg. Se trata de una suerte de enclave a escala menor de las grandes urbes norteamericanas, donde conviven toda variedad de habitantes, de los más diversos orígenes y que experimentan los anhelos, las ambiciones, la alegría y las desventuras del conjunto de la sociedad norteamericana. Theo sueña con ser abogado y de hecho se mete en aventuras con criminales, sospechosos, policías o bien ciudadanos decentes y respetuosos de la ley y, claro, con otros, como su fabuloso tío Ike, quien pasó un tiempo a la sombra por motivos que nunca se explican y que tiene más conocimientos legales que los propios padres del héroe, ambos exitosos litigantes en materias civiles que, por cierto, no atraen tanto al chiquillo como los asuntos penales que sí incendian su imaginación. Sin embargo, el valor supremo de estos libros reside en el hecho de que son narraciones para niños y adolescentes, donde se hallan ausentes la violencia, el sexo, la maldad pura y dura o la truculencia, rasgos que hoy parecen consustanciales a toda la narrativa policial. No es un logro menor, porque cada vez es más escasa la literatura de este tipo y los autores y autoras que realmente escriben para un público juvenil se baten en franca retirada.
Theodore Boone. El fugitivo comienza con el viaje de estudios que los alumnos del colegio de Theo hacen anualmente a Washington. Ahí se empapan de museos, visitas a monumentos, paseos por las áreas más famosas de la capital y nunca hacen cosas indebidas, como tomar alcohol, fumar o incurrir en deslices menores, tales como olvidarse de la ducha o llegar atrasados a las excursiones. Para esto son vigilados por profesores y padres que cuidan escrupulosamente de todos ellos y ellas. Durante un tramo en el metro, Theo reconoce a Pete Duffy, uno de los asesinos más buscados del país, quien huyó del juicio que se le seguía por el homicidio de su esposa y ahora está en la lista del FBI que ofrece 100 mil dólares por cualquier información conducente a dar con su paradero. Es más, nuestro amigo lo fotografía, le pisa los talones y hasta llega al sórdido sucucho donde vive en calidad de prófugo.
El resto de
Thedore..., vale decir, la captura de Pete, su traslado a Strattenburg y los complejos procedimientos para hacerlo comparecer ante la corte ocupan la mayor parte del volumen. Pete es un hueso duro de roer y será difícil condenarlo, pese a la cantidad de pruebas en su contra. Está asesorado por Clifford Nance, un letrado que se vale del hampa para preparar sus defensas y ha sido, por largo tiempo, un quebradero de cabeza para el fiscal Jack Hogan y el juez Henry Gantry. Ya en la primera causa en que se le incriminó, Nance obtuvo su anulación basándose en artimañas procesales. En esta oportunidad, contrata los servicios de Omar y Paco, quienes graban todas las conversaciones entre Theo y el testigo clave, Bobby Escobar. Bobby ingresó ilegalmente y en el fondo quiere regresar a El Salvador, donde lo espera su madre moribunda. Está tan aterrado de que lo detengan y de que lo enjuicien o humillen, que decide desaparecer.
Así, el verdadero meollo del argumento consiste en dar con Bobby, quien se niega a proporcionar cualquier dato sobre su escondite. Bueno, se trata de una trama que debe tener un final feliz; así, cuando todo ya parecía perdido, el salvadoreño se retracta y sus dichos dejan patidifusos a todos. Además, como en todas las obras previas de la saga, surgen toda clase de personajes, desde el entrañable perro Judge, hasta excéntricos dueños de restaurantes, neuróticas secretarias y, en calidad de subhistoria, la investigación contra los hermanos Lambert, que han causado estragos en la finca de Malvin Tweel, quien se dedica a criar cabras que se desmayan ante la menor provocación, sea un grito o una amenaza más seria. Los sensibles mamíferos simplemente carecen de cualquier forma de agresividad y sufren toda vez que los humanos muestran desprecio o ira. Quizá sea un poco tirado de las mechas que el FBI descanse en la memoria de un alumno de secundaria para dar con el delincuente y tal vez sea ingenuo pretender que un magistrado nombre a Theo su consejero jurídico. ¿Qué importa? El relato funciona sin baches y a estas alturas conforma un refrescante y saludable esparcimiento para gente de todas las edades.