Los escritores, antes que los filósofos y moralistas, percibieron ya a mediados del siglo XIX la importancia que, más allá del ámbito económico, tendría la introducción a gran escala del dinero -un bien abstracto, impersonal, que seduce con su capacidad abierta de acceder a todas los mercancías- en la moralidad social e, incluso, en la visión del mundo y de la relaciones entre individuos. En una economía monetarizada, la relación del hombre con las mercancías adquiere rasgos nuevos irracionales e incontrolables, todavía más cuando en el mundo contemporáneo el dinero es casi fantasmagórico e inmaterial y, a la vez, omnipresente y portador de infinitas promesas. Cuando el dinero adquiere un dominio desmesurado sobre todos los ámbitos de la vida social, la ley intenta en vano modular esa relación a través de regulaciones cuyo aumento, más que remedio, es un síntoma notorio de que el cuerpo social ha perdido el equilibrio y no hay contrapesos al poder simbólico que irradia de aquel. ¿Está ocurriendo esto en Chile?
En los últimos años, la retórica pública pareció ir en la dirección contraria: las movilizaciones sociales supuestamente dirigidas contra "el modelo" habrían sido impulsadas por el anhelo de una vida más sencilla, comunitaria e inclusiva, y la prohibición del lucro en el ámbito de la educación manifestaba un recelo generalizado hacia la avidez de dinero circunscrita, cómodamente, solo al mundo de los negocios y empresarios.
La moralidad pública, sin embargo, viene estallando en una secuencia de escándalos que son el triste reverso de esa retórica bien intencionada. Desde el caso Dávalos-Compagnon hasta la organización criminal, de alto nivel, dentro de Carabineros de Chile para malversar fondos fiscales; desde el financiamiento ilegal de campañas y partidos políticos, las colusiones empresariales, hasta la proliferación de timadores -Garay, Chang y otros- funcionales a un público ávido de obtener ganancias monetarias fantásticas, todo parece indicar que tras los alardes de gratuidad se maquinaba, en todos los segmentos, por ganar más y siempre más a cualquier costo. Empresarios, políticos, militares, policías, sacerdotes (el caso Karadima no solo envuelve abusos sexuales, sino también una dimensión financiera bastante poco cristiana) y el hombre de la calle también parecen haber perdido la cabeza en lo que al dinero se refiere. Las inconsistencias entre lo declarado, la ideología y las creencias, de un lado, y el predominio de los intereses crematísticos, del otro, nos tienen sin cuidado. Se puede ser comunista, cristiano o socialista, pero la fuerte seducción ejercida por el dinero disuelve cualquier objeción de conciencia proveniente desde aquellos.
Es fácil echarle la culpa de toda esta podredumbre moral al "neoliberalismo", el chivo expiatorio de todos nuestros males, pero la racionalidad desbocada del dinero es hoy tan universal que sería un engaño asociarla a este o aquel sistema económico. Nada podrá mejorar sin un cambio interior.