El problema de los tres cuerpos , primera novela de Cixin Liu que nos llega, ha sido un éxito monumental en China; y ahora, como todo lo que se produce en esa portentosa potencia, invade el mundo sin que parezca haber nada que la frene. En verdad, no se trata de un texto de ciencia ficción propiamente tal: El problema... comienza en la época de la devastadora Revolución Cultural y esos tiempos no daban como para el tipo de especulaciones que brotan en la historia. Por ejemplo, en 1967 son torturados y muertos Ye Zhetai y su esposa Shao Lin, profesores de física; luego nos saltamos unos 20 años, cuando la hija de ambos, Wang, para evitar la prisión, se enrola en el Proyecto Pico Radar; finalmente, en la actualidad, unos 12 personajes, todos con nombres imposibles de recordar, excepto los de los estadounidenses Mike Evans y el Coronel Stanton, preparan nada menos que el futuro de la humanidad. Entonces, el problema de El problema... es que el argumento resulta enrevesado, los diálogos son para expertos en abstrusas materias y padece de ambiciones desmedidas, puesto que Cixin nos transporta a la más remota antigüedad de su país, a varios miles de años antes de Cristo, para, acto seguido, instalarnos en la actualidad de Pekín o en remotas localidades de la gran nación comunista.
Cixin pasa por alto el hecho de que su país es regido por un partido único; aparentemente, le da lo mismo la realidad en la que viven sus conciudadanos, salvo, claro, los nefastos hechos de la Revolución Cultural, que, según se desprende del texto, es el único fenómeno político susceptible de críticas. Todos los hombres y mujeres del relato son científicos de altísimo nivel, todos llevan un estilo de vida que corresponde a personas acaudaladas, todos gozan de libertades que el resto de la población desconoce por completo. Los sucesos principales de El problema... tienen lugar cuando Wang Miao, investigador en nanomateriales, casado y padre de un hijo, comienza a ver una cuenta regresiva en su cámara fotográfica análoga Leica; los números le persiguen día y noche, por lo que alarma a su esposa, ya que apenas duerme, palidece severamente y adelgaza por causa de los nervios: es comprensible, porque a medida que las cifras retroceden, resulta evidente que algo terrible va a pasar. De manera que se dirige a Shen Yufei, enigmática físico-química de nacionalidad japonesa, que termina por decirle que acabe con su experimento. Wang, en principio, es incapaz de hacerlo, pues se trata de un carísimo programa financiado por el Estado; vuelve a llamar a Shen y, ante la insistencia de ella, hace la prueba de parar el trabajo que estaba haciendo. De inmediato, los guarismos desaparecen y él acepta un ofrecimiento que había rechazado: ingresar a la organización Fronteras de la Ciencia, de la que Shen y su marido Wei Cheng son dirigentes y en la que también toman parte el mediático biólogo Pan Han, la astrónoma Sha Ruishan y los occidentales ya mencionados.
Fronteras de la Ciencia persigue nada más ni nada menos que poner punto final a la enfermedad de la sociedad llamada progreso tecnológico, pues compara el desarrollo de los artefactos computacionales con el crecimiento de las células cancerígenas y sostiene que tendría el mismo resultado: el agotamiento de toda fuente de abastecimiento, la destrucción de los órganos y la consecuente muerte del cuerpo en que se hospedaba. Y propone la abolición "de aquellas tecnologías que él -Pan Han- llamaba 'drásticas', como los combustibles fósiles o la energía nuclear, para potenciar medios más 'suaves', como la energía solar o la energía hidroeléctrica a pequeña escala. Abogaba por una desurbanización gradual de las metrópolis y una redistribución equitativa de la población en ciudades y pueblos autosuficientes. Gracias a esas 'tecnologías suaves', construiría una nueva sociedad agrícola".
Hasta aquí todo sería muy interesante, bastante provocativo y aunque nada de novedoso, por lo menos promisorio. Lamentablemente, Fronteras de la Ciencia depende íntegramente de lo mismo que pretende atacar, o sea, las pantallas y pantallitas de ordenadores: para entender en qué consisten los tres cuerpos del título hay que entrar a un juego infernal, que nos conduce a las más remotas dinastías, meterse en sistemas complejos, que hacen realidad las teorías de Einstein, Bohr, Planck y otros genios matemáticos o, quizá, pescar a la familia y a unos pocos amigos para huir del caos reinante en el mundo, fundando comunidades más bien utópicas. Cixin nos lleva así a un callejón sin salida.