A propósito de la exigua taquilla conseguida por la recién estrenada y magistral "Silencio", de Martin Scorsese (apenas 7 millones de dólares para una película que costó 55), la gran ventaja que las obras maestras tienen por sobre el producto común y silvestre es que en el largo plazo -más allá de lo ganado y lo perdido, del marketing, el espejismo y la exageración-, acaban defendiéndose por sí solas. Scorsese lo vivió en carne propia con "Toro Salvaje", subestimada al momento de su estreno en 1980 y hoy ranqueada entre las grandes cintas de todos los tiempos. Algo parecido está ocurriendo con "Zodiac" (2007), que el pasado 2 de marzo cumplió diez años festejada por una comunidad audiovisual que ahora la considera entre los clásicos del nuevo siglo, pero que en su momento la abandonó a su suerte tras perder en su fin de semana debut contra "Wild Hogs", una infame comedia de motoqueros protagonizada por John Travolta, para luego ver cómo era repasada y enterrada en el siguiente por los espartanos de "300" y su plastificada versión de la batalla de las Termópilas. Ni siquiera Paramount, su propio estudio, le concedió el beneficio de la duda al marginarla de la campaña por el Oscar y estrenarla después de la entrega de premios, entreverada con puro desecho.
Entonces, ¿cómo se las arregló para perdurar?
Parte de la explicación radica en el animado culto en torno a su director, David Fincher, establecido por títulos como "Seven" (1995) y "Fight Club" (1999), y, claro, tal como la primera película, "Zodiac" narra la frustrante búsqueda de un asesino serial; como la segunda, la cinta es el retrato de una comunidad que, al borde del colapso, se aferra a disparatadas creencias con tal de sostenerse en pie. La diferencia con estas ficciones estriba en que las cartas y los crímenes atribuidos al "asesino del zodíaco" fueron reales y circunscritos al área de San Francisco, California, entre fines de 1968 y principios de 1974, en medio de la resaca de los años 60, la guerra de Vietnam y la crisis política de la era Nixon; un escenario de malestar social y profunda incertidumbre que los realizadores no sólo recrean con apabullante perfección en términos de ambientación, diseño y vestuario, sino sobre todo a nivel íntimo, personal; una esfera donde tanto las víctimas como los investigadores y los aficionados interesados por el caso son succionados, atrapados por la obsesión durante semanas, meses, y hasta años, convirtiéndola en un modo de vida y un ensueño del que cuesta despertar.
Tan persuasivo y persistente es el tinglado armado por Fincher y su brillante equipo -que va desde el director de foto Harry Savides hasta Robert Downey Jr., en uno de los roles de su vida-, que se acaba por sentir que la razón de ser del filme no es simplemente la puesta en escena de un complejo enigma policial, sino un ambicioso registro del transcurso del tiempo; la forma en que este se articula en torno a nuestros actos, fantasías y deseos; la manera en que, paso a paso, va derrumbando certezas y seguridades, hasta convertirlas en sombras; el tiempo como una suerte de laberinto que entrampa al que puja por liberarse de su abrazo, sea este David Toschi (Mark Ruffalo), el inspector para quien el asunto se convirtió en una pesadilla, o Robert Graysmith (Jake Gylenhaal), el dibujante que se deja devorar por un impulso que parte como curiosidad, luego se vuelve una "misión" y acaba transformado en condena.
Como "Mulholland Dr." (2001), otra pieza maestra del cine de la pasada década, "Zodiac" es un perfecto ejemplo de la ferviente pulsión que acaba por crear un abismo. El imaginado por David Lynch parece no tener fin. El de Fincher es acaso más perverso: se consume a sí mismo.
Zodiac
Dirección de David Fincher. Con Jake Gylenhaal y Mark Ruffalo. Estados Unidos, 2007, 158 minutos. Disponible en Netflix.