Creyentes y no creyentes usamos la palabra alma en nuestra comunicación.
"Me duele el alma echar a mi secretaria", dice alguien. ¿Qué le duele? Un espacio ocupado por sentimientos sin palabras, por sensaciones contradictorias. Tan difícil de definir que yo he decidido que para mí el alma es como esas ollas en los cuentos de hadas que tienen las brujas para crear pócimas mágicas. Adentro, al fuego, estará toda mi historia y la de mi familia, mi país, mi civilización. No las historias oficiales, una historia creada por mí, por mi organismo particular y que siente de manera única lo que vive. Estarán también tantas experiencias olvidadas de nuestras vidas, seguro estarán también las ilusiones, los secretos, nuestros múltiples anhelos frustrados.
No tenemos acceso al alma, al menos nunca a toda el alma. Tenemos acceso difícil porque nunca llegamos a conocerla entera, sino por pedacitos. Abrimos una puerta y se cierran otras miles. Nos define, se asoma a algunos de una manera particular, sin embargo es algo que los demás reconocen como nuestro, sin definirlo pero sí en su sensación de quiénes somos. El problema es que habla idiomas muy distintos, algunos de los cuales no conocemos y no sabemos interpretar.
El sentido de hablar de esto hoy se relaciona con un supuesto social que cree que puede ponerle nombre a todo, reconocer todo, definir lo que nos pasa y, peor aun, definir lo que les pasa a otros. Es muy lindo y necesario usar caminos para conocernos. Así nos equivocamos menos, nos sentimos más en paz, más seguros. Pero los espacios de misterio siguen siendo enormes.
Hay también otro camino que podemos empezar junto con los muchos otros que usamos diariamente para estar bien con nosotros y los otros. Ese camino consiste en apreciar, gozar, maravillarnos ante lo desconocido que tenemos adentro. No para entender ni para procesar. Para saber. Porque como el alma es como el inconsciente, cuando nos pilla metiéndonos en lugares prohibidos, es capaz de esconder mejor los secretos. Es una defensa, normal.
Por eso hay en la aceptación de nuestras contradicciones un camino que no es invasivo, que solo es curioso y aceptador. Para recorrerlo, hay que comprender y mirar la olla hirviendo sin miedo, sin violencia.