¿Quién lo hubiera imaginado tres años atrás? Hoy, el fracaso económico del gobierno de la Nueva Mayoría ya no admite dudas -Chile es el país que menos crece de la Alianza del Pacífico-, no queda plata para cumplir con las promesas electorales y la subsistencia misma de la coalición política es amenazada por su impopularidad y sus hondas divisiones.
Por eso las miradas se dirigen hoy hacia la oposición, cuyo más probable abanderado, el ex Presidente Piñera, ya es víctima de una torva campaña de difamación. En el sector, tres "manifiestos" han dado inicio a un interesante debate programático. Uno de ellos -conceptual y conservador- lo suscriben los senadores Allamand (RN) y Larraín (UDI), además de cuatro académicos. Otro -más concreto y liberal- proviene de Evópoli, el nuevo partido de centroderecha. La UDI aporta una visión intermedia. Bienvenido sea el debate.
Aunque los tres documentos contienen ideas valiosas, percibo que no se hacen cargo de lo más central del actual momento político: el fracaso del gobierno de la Nueva Mayoría. Habiendo este diagnosticado graves malestares en la sociedad chilena, prescribió reformas "de fondo" y de corte estatista. Prometió mantener la buena marcha de la economía y, a la vez, dar educación gratuita y otros beneficios. Es probable que su arrolladora victoria electoral se haya debido más a esa oferta demagógica -formulada en plena bonanza del cobre- que al rechazo de la ciudadanía a un modelo de desarrollo exitoso. Su receta -elevar impuestos y regulaciones para redistribuir ingresos- ha detenido el crecimiento y sembrado frustraciones.
Es difícil encontrar circunstancia más propicia para reivindicar el modelo de economía libre y competitiva, con un Estado subsidiario, eficiente y preocupado por los más vulnerables. No hay por qué adherir a la discutible tesis del desencanto generalizado de la ciudadanía, que las encuestas de opinión no avalan. No hay razones -como hace uno de los documentos- para calificar de "ilusión" el objetivo de alcanzar el desarrollo o para abogar ahora por un Estado fuerte y del "tamaño necesario". Hay que descartar, creo, ese discreto encanto de una tercera vía, distinta al capitalismo y al socialismo, en el que organizaciones comunitarias -conformadas no sabemos cómo ni gobernadas por quién- cautelarían nuestro destino común y nuestra realización personal.
Muchos ciudadanos palpan hoy en su vida cotidiana el perjuicio causado por las reformas estatistas. Muchos ven amenazada la posición que labraron con tanto esfuerzo o ven amagadas sus oportunidades de ascenso. Es la hora de realzar la importancia de la libertad como motor de la realización personal y del progreso social. Hay buenas propuestas en ese sentido en los documentos señalados, pero sugiero plantear más claramente que un buen gobierno es aquel que, en lugar de empoderar a los funcionarios estatales, empodera al ciudadano común.