Colo Colo versus el resto de los clubes, la directiva de la ANFP, las instituciones, la prensa, los árbitros, la autoridad y cualquier otra entelequia que sirva para los fines de victimización que tanto gustan en la tienda alba, es un cuento tan viejo como manoseado en la historia de nuestro fútbol. No será la primera ni la última vez que la entidad más popular del país se siente perseguida, perjudicada, menospreciada, herida e incomprendida. Es parte del negocio de ser un objeto de permanente atención y que nunca, nunca puede quedar en un segundo plano, porque les hace mal a todos: al resto de los clubes, a la directiva de la ANFP, a las instituciones, a los árbitros, a la autoridad y a cualquier otra entelequia.
Especialistas en construir un relato de martirio hay por doquier en la casa alba. Pablo Guede lleva el estandarte cada vez que se siente amenazado con alguna pregunta que lo deje expuesto a una definición en la que deba abordar un rol autocrítico, lo que más le cuesta. Aníbal Mosa sigue pensando y actuando como un hincha del tablón cuando se trata de asumir la relevante función pública que debería tener quien ostente el cargo de presidente de Colo Colo, como si lo único que importara es acompañar al equipo cada vez que sale del país, abrazar y tener contentos a los jugadores y no decepcionar a una barra con la que tiene una relación insondable. Julio Barroso mantiene un discurso confuso para evitar responsabilizarse frente a los fracasos, como si los números internacionales del Cacique fueran los de un equipo ganador. Y el resto de los jugadores prefiere patearla para el córner, para que los grandes del camarín no los llamen a terreno.
Las denuncias contra el club por cometer irregularidades en las planillas del cuerpo técnico ha desatado una reacción institucional por impedir las sanciones administrativas, pero fundamentalmente conspira para internarse en la problemática de la incompetencia propia. A Colo Colo le acomoda creerse intimidado por el entorno, porque desvía la atención de lo que realmente debiera cuestionarse: su gradual pérdida de peso específico a nivel internacional en la última década. Entonces, la estrategia de aglutinar fuerzas alrededor de un ambiente hostil hace que todo lo importante -el análisis del rendimiento en el tiempo- se difumine frente lo urgente -el riesgo de que le quiten puntos por un error en el cumplimiento de las bases.
Es una pena que una discusión de fondo ante el progresivo debilitamiento del fútbol chileno en las competiciones internacionales termine en una polémica sin mucho futuro sobre el incumplimiento de una normativa contradictoria y las posteriores estrategias políticas de los actores. El debate sobre el nivel del fútbol chileno, que principalmente tiene espacio porque el periodismo parece ser el único interesado, no tiene eco en otros lados, porque da la impresión de que nadie de por allá se da cuenta de que la crisis de nuestros clubes ya se convirtió en una tendencia.