El Presidente Trump nos tiene entrampados con su retórica y con sus actos. Ha logrado lo que buscaba, aunque al precio de levantar una tormenta de críticas, principalmente de parte de los "progresistas", es decir, representantes de ideas y posturas antiguas y fracasadas. Nada sabemos, en cambio, de los que plantean otras posiciones: los medios no las transmiten. Sabemos sí que Wall Street lo respalda por el alza de sus índices.
Los mexicanos, por su parte, están ahogados todos, unánimemente. Su país parece ser la primera víctima, en circunstancias que la relación con los Estados Unidos es de gran envergadura y de primera trascendencia para ambos socios. Y esto no se ha valorado en México para levantar una voz fuerte y liberada de los artilugios comunicacionales de Trump. Tampoco han destacado suficientemente el hecho de que su país no está en la primera línea de las preocupaciones del Presidente del norte.
Llama la atención que cada inversión de los norteamericanos en México constituye un tremendo remezón positivo en los lugares donde se concreta. Llevan más de un siglo recibiéndolas, y el efecto que ellas producen en las diferentes localidades no ha variado, lo que habla mal de los mexicanos, que no han sabido adecuarse como país y ponerse a la altura de sus vecinos. Tampoco se entiende que un mexicano sea indocumentado luego de vivir más de veinte años en EE.UU., con hijos nacidos allí, y habiendo usado sus sistemas de seguridad social y de educación. En esa materia fallan ambos países.
Trump ha insistido en construir un muro. Es volver a la antiquísima solución de las trece colonias originales, cuando construían vallas para defenderse de sus vecinos aborígenes, cuyo trabajo ocasional necesitaban, pero que nunca pensaron ni intentaron incorporar a su mundo. Con el muro aflora en los norteamericanos una reacción defensiva casi inconsciente, un atavismo secular que repone los miedos de sus inicios.
Lo trascendente para nosotros es que con Trump ha cobrado gran relieve un vicio antiguo en la política de los Estados Unidos: el gobierno por decreto. Con el Obamacare sucedió esto mismo, pero sin ser tan vistoso. Hoy estamos notificados de que en esa democracia tan "ejemplar" se practican vicios antidemocráticos a gran escala. Prevalece una pretendida urgencia basada en asertos de luminosos y voluntaristas cerebros por sobre el razonamiento y la prudencia en los actos de gobierno, tal como ha sucedido largamente en nuestro subdesarrollado continente.