Pasa algo curioso con las películas de superhéroes: desde que el género se convirtió en un elemento central en la economía de los grandes estudios, transformando de paso al
fan boy -público que consume y espera ansioso estos productos- en un
target clave del márketing y publicidad de estas sagas, que el ambiente vibra con la esperanza de una obra maestra. De algo que lo eleve por encima de las tramas fabricadas por comité, efectos especiales por default y la obligatoria celebración de recaudaciones millonarias. Algo que, de hecho, refresque y renueve este tipo de filmes.
Ocurrió hace casi una década, cuando Christopher Nolan se superó a sí mismo al entregar "The Dark Knight" (2008), virtual nave de locos en la que Batman y el Joker se perseguían, enfermizos e incansables. Vuelve a ocurrir ahora -después de que las ilusiones de "Iron Man", el nuevo "Superman", "Watchmen" y "Vengadores", brillaran por un segundo antes de reciclarse y masticarse-, vuelve a ocurrir con "Logan", cinta que completa las tres trilogías que la 20th Century Fox ha producido en torno a los X-Men y que culmina el largo recorrido del australiano Hugh Jackman a cargo del indómito Wolverine, mutante modificado para operar como supersoldado, pero que deviene en un bestial fugitivo; rebelde y solitario, sujeto inalcanzable. O así debería haber sido: aunque Jackman lo encarnó con total compromiso en cada ocasión, las películas nunca lograron ponerse a la altura de esas posibilidades; no hasta que el
team de James Mangold (director), Scott Frank y Michael Green (guionistas) consiguieron el OK para narrar un último cuento del personaje, en el que visiblemente envejecido y con sus poderes atrofiados, ganándose la vida como simple conductor de limosinas en El Paso, Texas, debe velar no solo por quien fuera su mentor, Charles Xavier (Patrick Stewart), sino por la primera mutante que ha visto en años; Laura, una niña que le recuerda mucho a esa persona que fue y que ahora casi ha olvidado. Tiene la certeza de que, sin él, ambos estarían perdidos en un devastado Estados Unidos de 2029 (¿post Trump?), donde los humanos con poderes especiales -los diferentes, los "otros"- han sido cazados uno por uno. Sabe que sus fuerzas flaquean sin remedio, pero seguirá de guardia, hasta caer.
Escribo esto y cada vez se me hace evidente que "Logan" no es una cinta de superpoderosos; que esto, en realidad, es un western; la última salida al ruedo de un veterano pistolero que sigue de pie a punta de coraje y sentido de misión. Esa es la forma en que se lo toman tanto el protagonista como los realizadores: con la descarada y dolorida dignidad que emana a torrentes en el tramo final de "La pandilla salvaje" (1969), las últimas actuaciones de John Wayne -"True Grit" (1970), "The Shootist" (1976)- y sobre todo "Gran Torino" (2009), de Clint Eastwood. De esta última hereda también su extremo pragmatismo y simplicidad, la confianza de poder contar una historia crepuscular; un relato a la antigua y cuyos amargos tintes apocalípticos nada les deben a los bombásticos circos de tipos con capa que hoy por hoy organizan Marvel/Disney y DC/Warner. La película no tiene tiempo para esos simulacros. Es cierto que el filme hace suyo ese pregón del "fin de los tiempos" que hoy tiene infectada a tanta superproducción, pero "Logan" -la película y el antihéroe- enfrenta esa presunta hora final casi como un momento privado, el instante en que el justiciero tuerce su caballo y, dando la espalda a los suyos, se marcha a toda velocidad -se marcha por fin, libre, limpio- sin mirar atrás.
LOGAN
Dirección de James Mangold.
Con Hugh Jackman y Patrick Stewart.
Estados Unidos, 2017,
137 minutos.