Con alarma, un alcalde advierte que, debido a una precisión de la Contraloría General de la República respecto a la Ley General de Urbanismo y Construcción (que sirve de marco a los Planes Reguladores Comunales), posiblemente se deberán prohibir las terrazas en los antejardines de los bares y restoranes de un popular
boulevard, que son su mayor atractivo en verano y factor para la buena atmósfera del barrio. ¿Quién podría imaginar que la ley que rige la planificación y construcción de las ciudades chilenas impediría aquellas acciones que más favorecen la calidad del espacio público y la convivencia ciudadana? Esta pregunta nos da una clave para juzgar el camino que han seguido nuestras ciudades en los últimos 40 años: esa Ley de Urbanismo, así como la mayoría de los Planes Reguladores que nos rigen hoy, nunca fue debatida en público, mucho menos consultada y ciertamente jamás consensuada con la ciudadanía. Fueron leyes hechas en el Olimpo de políticos y empresarios, según sus particulares nociones de progreso.
Ejemplos abundan: los estacionamientos subterráneos construidos mediante concesión implican prohibir estacionar en superficie, para garantizar el éxito del negocio. Pero cuando esa prohibición incluye noches y fines de semana, cuando hay poco tráfico y buenas oportunidades para el esparcimiento en el espacio público, coartamos la ciudad. Es como dispararse en el pie. Así ocurrió en el mismo
boulevard que hoy se ve amenazado por la Contraloría, donde el municipio debió desconocer el contrato con la concesionaria con tal de revitalizar la calle. Otro ejemplo: no hay país en el mundo que permita la absurda cantidad y tamaño de centros comerciales urbanos que tiene Chile. El
mall, cajón hermético rodeado de estacionamientos (negocio sobre negocio), es la negación y ruina de la calle: véase el entorno envilecido del Costanera Center, en lo que podría haber sido el mejor barrio de Santiago; la decadencia de la calle Valparaíso en Viña del Mar, entre otras, mientras el municipio se contenta con sucesivos
malls contiguos; en Valparaíso, el barrio El Almendral, de histórica vocación comercial, zozobra en la miseria, mientras otros intereses insisten en levantar estas construcciones en el vecindario... ahí están el horror de San Antonio, la mediocridad de Puerto Montt, la catástrofe de Castro...
El desarrollo de nuestras ciudades es un proceso que debe ser replanteado, de acuerdo con nuevos tiempos, a partir de una amplia negociación de visiones e intereses de todas las partes involucradas, y con el protagonismo absoluto del ciudadano usuario y habitante, merecedor de todos los lujos y todas las virtudes. Para querer a la ciudad, primero debemos hacerla nuestra.