Aunque podría tener consecuencias relevantes para el progreso del campeonato, el "caso planillas" es más que impresentable. Desde su origen hasta sea cual sea su destino, la situación deja en evidencia el absoluto subdesarrollo en el que está imbuido todo el aspecto reglamentario del fútbol chileno. Porque si éste fuera un episodio aislado, se podría hablar de excepción. Pero tratándose de un capítulo repetido desde hace varias temporadas, no se puede hablar de otra cosa que no sea ineptitud, amateurismo, incapacidad y flojera.
Acá no habría dos opiniones si Colo Colo hubiese cometido un error reglamentario que esté regulado precisamente y no tuviese ningún tipo de contraposición dentro de la misma normativa. El club albo debería perder todos los puntos que ganó mientras incurrió en la infracción, aunque su error no haya comprometido el normal desarrollo de las acciones dentro de la cancha al no involucrar a ninguno de sus actores, entiéndase jugadores. Sería discutible, incluso, si quienes interpusieron el reclamo tienen o no derecho de adjudicarse los puntos, pero lo de Colo Colo no merecería debate alguno.
El tema específico del staff técnico en la banca y las planillas firmadas es claramente un asunto secundario, que ni siquiera influye mínimamente en los resultados, y del que solo debería reglamentarse en cuanto al número de quienes deben acceder a la cancha. Si un entrenador prefiere a un componedor de huesos que un médico, es materia que solo le debería corresponder al entrenador. Pero como el desorden es parte de la idiosincrasia de nuestros dirigentes de ayer y hoy, la incoherencia que hay entre el reglamento general del organismo y las bases del campeonato respecto del staff técnico y las planillas le ha dispensado a Colo Colo todo el derecho de sentirse sólo medianamente responsable del error y de solicitar casi expresamente que la justicia -representada ni más ni menos que por el inefable Tribunal de Disciplina- no actúe regida por el articulado (imperfecto, por cierto) sino que por una suerte de interpretación de la voluntad de no sacar ventaja, como afirmó el técnico especialista en malabarismos verbales Pablo Guede y su acólito Oscar Meneses.
Se han visto tantos vacíos reglamentarios, tantas inexactitudes en las normativas, tantos puntos ciegos en las bases y estatutos, que nada debe extrañarnos. Nuestra calidad de dirigentes no se fija en lo escrito, porque todo lo borra o corrige con el codo de acuerdo a sus intereses. No hay excusa alguna para que haya contradicciones entre las bases de un torneo y el reglamento sobre cualquier punto, como no las hubo cuando nadie sabía quién clasificaba para los campeonatos internacionales, las liguillas o los descensos y ascensos, y así sucesivamente.
Cuando nos impactamos o admiramos de lo mal que nos ha ido en los torneos continentales a nivel de clubes, no solo el nivel deportivo del campeonato es la razón. La indolencia, la desidia, la ignorancia y la incompetencia de los dirigentes para hacer las cosas correctas, ni siquiera bien, es total y un factor que también trasciende en la línea final. Y más todavía si detrás de la torpeza hay un pacto de silencio que indigna.