La tensión del umbral es la tercera novela de Eugenia Almeida (1972) y su aparición ha sido saludada como un fenómeno sobrenatural en Argentina: "estremecedora", "formidable", "intensa", "impecable" son solo unos pocos adjetivos que la autora ha recibido; naturalmente, uno se prepara para leer algo fuera de serie. Por otra parte, como los argentinos nunca se han andado con chicas, en especial en lo relacionado con la literatura, es inevitable sospechar de algo que viene precedido por tantas y tan unánimes ovaciones. Asimismo, la crítica literaria trasandina se ha transformado hasta tal punto en una sociedad de socorros mutuos, que nada de esto debería extrañarnos: prácticamente todo lo que se publica en Buenos Aires es excelente, excelso, óptimo.
Hechas estas salvedades,
La tensión del umbral es un libro por lo general interesante, construido con pulso narrativo pese al clima de descomposición moral que refleja, que presenta un comienzo promisorio. Almeida ha elegido el género policial y en específico, el policial-político, lo que significa que quiere penetrar en los intersticios íntimos de la institucionalidad de su país, desnudarlos y dejar al descubierto un mundo donde la corrupción se presenta sin paliativos y sin posibilidad alguna de que las situaciones que muestra tengan visos de mejoramiento. Julia Montenegro, una bella joven de 31 años, parece que va a disparar a un hombre en medio de una plaza, con multitud de testigos, pero de súbito, sin que haya ninguna razón plausible para ello, dirige la pistola contra ella misma y, aparentemente, se suicida. Esto no convence a nadie, ni a la policía ni a la administración de justicia ni a altos representantes del gobierno y menos que a nadie, al periodista Martín Guyot, quien se obsesiona con el caso y comienza a investigarlo, a sabiendas de que está pisando arenas movedizas e inclusive que puede estar metiéndose en una trampa mortal. En realidad, ya en las primeras páginas sabemos que se trata de un asesinato, planificado meticulosamente y llevado a cabo de tal forma que cualquiera que intente saber la verdad, corre serio peligro en su vida y en su patrimonio.
Prácticamente de un día para otro el proceso se cierra y queda más claro que el agua que las órdenes para que esto suceda vienen de muy arriba. Guyot, sin embargo, desatiende las advertencias de amigos y colegas y continúa con sus pesquisas. Es una tarea cuesta arriba, en verdad hercúlea, porque Julia parece un fantasma que no dejó ni una huella de su paso por la tierra, ni una sola pista que permitiera adivinar de quién se trataba. Aun así, empiezan a aparecer gentes que la vieron, que la conocieron, que tuvieron alguna forma de relación con ella y esos son los primeros personajes a los que Guyot acude: una psicoanalista, dos octogenarias que le arrendaban una casa de seguridad, el jefe de una hemeroteca a la que Julia acudía con frecuencia, bibliotecarios, mozos de restaurantes, el dueño de un café y otra interminable sucesión de ciudadanos y ciudadanas que algo pueden comunicar acerca de la misteriosa mujer. Casi siempre, aportan solo fragmentos, retazos, rumores que poco o nada ayudan en el esclarecimiento de una personalidad que buscó y encontró el anonimato más extremo. Por suerte para Guyot, hay algunos documentos decidores y Julia, además, dejó una vasta, vastísima cantidad de información en el disco duro de su computador. Como es lógico en este tipo de tramas, al principio es imposible entender siquiera una parte de ese colosal archivo, si bien, poco a poco, las cosas comienzan a aclararse.
Al llegar a este momento,
La tensión del umbral se transforma en un enredo de proporciones elefantiásicas que, de modo ineludible, afecta la lectura de este volumen. Almeida compone su historia en base a breves capítulos, que descansan básicamente en diálogos, sin preocuparse de aclararle al lector quién está hablando y lo que es peor, sobre qué asuntos están deliberando. Su estilo es nervioso, filudo, sobresaltado, pero también inflado, hiperbólico, impostado, sobresaturado, con frecuentes arranques líricos o bien, de frentón con pasajes repletos de subentendidos y alusiones que solo los iniciados pueden comprender. Y aunque uno vuelva muchas veces atrás en las páginas de
La tensión del umbral, la puntuación errática, los cortes bruscos, las súbitas apariciones y desapariciones de actores tornan el argumento en algo confuso y deshilvanado. Es una lástima, porque los asuntos planteados daban para un buen relato.
La tensión del umbral
Eugenia AlmeidaEditorial Edhasa,
Buenos aire, 2016,
300 páginas,
$19.400.
Novela