Nueva York pasa por un buen momento, sobre todo desde su crisis de pobreza de los años 80, en que hasta el municipio se declaró en bancarrota. Hoy todos celebran sus bajos índices de delincuencia, la redoblada vigilancia policial, la renovación y mantención de parques y plazas, la consolidación del borde del río Hudson, con muchos kilómetros para caminar, andar en bicicleta o sentarse a descansar. Es fácil ver por qué los neoyorquinos son saludables y están en mejor forma que la mayoría de sus compatriotas, por qué son cordiales, sonríen y conversan entre extraños, por qué buscan la mirada de otro en vez de esquivarla: abunda el espacio público con la oportunidad de encuentro, que es la virtud de toda ciudad. Y es espacio de gran calidad, usado intensamente por sus habitantes.
La metrópolis impresiona por su permanente capacidad de renovación, por sus edificios y espacios de enormes proporciones, con alarde de gran riqueza material (que se refleja en la notable calidad constructiva y en la fastuosidad del ornamento arquitectónico) y con un diseño que, cuando no es particularmente bueno, al menos pasa inadvertido como parte del conjunto. Es difícil percatarse de que la ciudad, en sus zonas más densas, tales como el
"midtown" o el distrito financiero, tiene una altura construida mínima de unos 35 pisos corridos, entre los que sobresalen torres y rascacielos. La rasante típica de Nueva York, que data de 1916, afecta con ángulo sutil recién los pisos superiores al vigésimo, incluso en avenidas estrechas. Esta rasante produjo escalonamientos elegantemente incorporados en la composición de los volúmenes, creando la silueta característica de la ciudad, aquella que el transeúnte recorre mirando embelesado hacia el cielo. La coherencia de la ciudad también se debe a que las normas urbanísticas fundamentales han sido aplicadas y respetadas por décadas, acaso siglos: edificación continua sobre la calle, configurándola nítidamente y dándole gran importancia a la vereda; y una trama de calles y avenidas de dimensiones inmutables, con manzanas rectangulares que hacen mucho más eficiente el uso del suelo.
Más que la propia normativa, lo que impresiona es la dignidad y el ingenio de su interpretación por parte de arquitectos, inversionistas y autoridades; el sentido de proporción y belleza, del valor agregado de la buena arquitectura y del interés público en cada uno de los edificios y espacios de la ciudad. Aun si el edificio es una "vedette", su diseño ha debido ser revisado numerosas veces hasta lograr múltiples consensos. En otras palabras, ese esplendor urbano que nos maravilla es fruto del compromiso de la ciudadanía por lo que considera no solo un derecho individual, sino un bien común.