No debe haber sido nada de fácil ser hijo o pariente directo de Ernesto Che Guevara, uno de los pocos mitos genuinos del siglo XX. Y aunque a estas alturas se hayan escrito muchas biografías sobre el dirigente político y guerrillero, algunas poco favorecedoras, el mito sigue subsistiendo cuando ya han pasado 50 años desde su muerte. Canek Sánchez Guevara (1974-2015), nieto del Che, fallecido prematuramente, trató siempre de pasar desapercibido, lo que era físicamente imposible (medía más de dos metros) y tampoco resultaba practicable para alguien que nació y se educó en La Habana actual. Como sea, Sánchez Guevara vivió en muchos países, viajó por medio mundo y ejerció una multiplicidad de oficios: músico, fotógrafo, diseñador gráfico, periodista y escritor. Desde muy joven se alejó de las ideas imperantes en Cuba, y para muchos cercanos solo cometió estupideces y, en el fondo, habría sido incapaz de entender el fenómeno castrista.
33 revoluciones, su libro póstumo, contiene nueve relatos, siendo el primero, que da su nombre al volumen, el más desarrollado de todos. El título alude a los discos de vinilo que circularon hasta la década del 80: el
leitmotiv del texto es el de un disco rayado, un tema que se quedó pegado, la repetición constante y embotadora de eslóganes sin sentido, en fin, la insistencia machacona de palabras huecas pronunciadas por doce millones de personas que forman parte de una sociedad donde nada funciona y todo el mundo vive al borde de la indigencia o para no ser tan duros, en el límite de lo humanamente tolerable. El protagonista, un burócrata negro que se ha divorciado y tiene una amante rusa, también castigada por motivos que solo ella conoce, es, desde luego, contrario al régimen, pero fuera de despotricar con vecinos y transeúntes, nada hace por cambiar este orden de cosas y se limita a vagar por las playas, contemplando cómo la gente construye precarias balsas o embarcaciones para huir de la isla. En verdad, esto es lo único que se puede sacar en limpio de una historia sin historia, un anecdotario mínimo sin episodios, tal vez una sucesión de estados de ánimo que en ningún momento llegan a cuajar en hechos tangibles, concretos o por lo menos dignos de recordarse. Porque la verdad es que en
33 revoluciones no ocurre ni un solo acontecimiento digno de mención, y las meditaciones del héroe, deshilvanadas, inconexas, meramente viscerales, van surgiendo a lo largo de 60 páginas arduas de seguir, poco claras, sin base en datos biográficos, cronológicos o de cualquiera especie que las hagan accesibles, al menos para el lector que pudiera simpatizar con las posiciones de Sánchez Guevara. Así, en lugar de un retrato de la cotidianeidad en una dictadura socialista, tenemos simples impresiones generales sobre algo que anda mal, en lugar de una obra cuestionadora e inconformista acerca de un mundo cercano al colapso; tenemos varios berrinches, un permanente malhumor y un maniqueísmo simplón, descolocado, completamente desenfocado.
Y categóricamente
33 revoluciones es la mejor pieza de esta colección, ya que por lo menos algo nos transmite, algún nivel de inquietud refleja. Se hace entonces difícil hablar del resto, en primer lugar porque Sánchez Guevara escribe bastante mal; en segundo, porque, como lo insinuamos, nada aporta, ni en términos literarios ni en el terreno histórico, al debate en torno a tópicos candentes; y en tercero, porque la mayoría de las tramas de la presente recopilación son lisa y llanamente incomprensibles.
Un ejemplo manifiesto es "La espiral de Guacarnaco", que reúne a un grupo de personajes ligados entre sí por el sexo, el alcohol, las drogas y hasta cierto punto la delincuencia menor, o sea, robos, lesiones, atentados de escaso monto. El lenguaje de este cuento pretende ser enteramente oral, con el resultado de que las palabras no se entienden, ni siquiera recurriendo al glosario que se nos entrega al final del tomo. Un elemento que agrava este monumental enredo es la transcripción en español de vocablos, frases y párrafos enteros en inglés, pero en grafía castellana ("Shit, bro, Whatthe fuck están hablando, man?"; "Quizá youneedsome mota, man", etcétera). O el uso arbitrario de mayúsculas y minúsculas, de los signos de puntuación, de la ortografía. Peor aún es cuando Sánchez Guevara intenta ser serio y profundo, como en "Los supervivientes", pues ahí el desenfrenado torrente verbal no conduce a ninguna parte. En suma, estamos ante un autor muy interesante por su peripecia vital, si bien encalla en sus esfuerzos narrativos.
33 revoluciones
Canek Sánchez Guevara,
Editorial Alfaguara, Buenos Aires,
2016, 257 páginas,
$12.000
Cuento