Antonia Torres es otro caso de un tránsito ya habitual en la literatura chilena, desde la poesía a la narrativa, que tiene, sin duda, una mayor visibilidad. En
Las voces del verano, la autora escogió un asunto que bien puede ser una fantasía muy extendida en Chile: la de regresar a la casa de veraneo de la infancia con otra edad, en otra estación, a buscar tanto los recuerdos como el aislamiento, un espacio de trabajo solitario en medio de un paisaje familiar que, sin embargo, tendrá siempre la textura de lo nuevo, derivada sobre todo del cambio de perspectiva, del distinto ángulo de la mirada, de la reconstrucción de los espacios a la medida del adulto. La protagonista regresa, pues, a su casa de veraneo de la infancia, en algún lugar del sur cercano a Valdivia. Se instala a pasar el invierno tras una temporada en Europa, y, mientras comienza a concentrarse en su trabajo, descubre también lo mismo y lo distinto, la vida clausurada del balneario en donde, sin apenas cruzar palabra con alguien, sabe que ya está clasificada y situada en el mapa de la comunidad, un mapa que marca en especial las diferencias de clase, esa barrera invisible que divide irrevocablemente a quienes viven todo el año allí y quienes van a descansar en los veranos. Un encuentro fortuito debido a la necesidad de leña desencadena otra historia, que tiene ramales secundarios y que conduce al inesperado final.
Torres nunca deja la perspectiva de la primera persona. La relación con Rubén, el lugareño que le lleva la leña en una carreta tirada por bueyes, es retratado como el típico chileno del sur, rudo y ladino, que deja a la protagonista "fascinada con su voz, con su manera graciosa de llevar el relato, su forma de gesticular, la agudeza para hacer chistes intercalando el drama, su capacidad de reírse de sí mismo, su extraño humor para contar tragedias". Esa fascinación crece, mediada por episodios turbios que no la amilanan, y se constituye en un eje narrativo donde todos los elementos del relato -la relación entre lugareños y veraneantes, el reconocimiento de la casa y la recuperación de los recuerdos, la conciencia de la adultez irrevocable (o de la pérdida de la juventud), las reflexiones en torno al paisaje y a la historia remota del lugar, e incluso los recuerdos intercalados de su estadía en Europa y del exnovio depresivo- dan forma a un tapiz donde lo familiar cambia bruscamente de signo y se precipita hacia lo impensable.
Antonia Torres
Literatura Random House,
Santiago, 2016.
108 páginas