Figuras de tonalidades grises desenvolviéndose en un mundo donde los sonidos se han asordinado transitan en los diez cuentos del volumen
La velocidad del agua, primera publicación de Nicolás Bernales (Santiago, 1975). En cada relato ocurren cosas, por supuesto, cubriendo una amplia galería de experiencias que van desde lo cotidiano inmediato hasta lo lejano e inesperado: alguien se sienta en un reclinatorio de una iglesia del barrio alto de Santiago para escuchar una misa; un ex esbirro de la dictadura militar deambula solitario por las calles de Praga, o una adolescente chilena que viaja en un tour por Europa tiene un amedrentador encuentro en una calle de Ámsterdam con un desconocido y violento compatriota. Pero sin importar la dinámica interior de sus historias, las narraciones de Nicolás Bernales son capaces de provocar imágenes que parecieran detenerse en el tiempo para que orientemos la mirada hacia conflictos existenciales que se manifiestan principalmente a través del dolor. No son, sin embargo, narraciones de forma impecable. Hay un par de escenas que responden a un todavía inexperto manejo de la información. En "Estación Narodni" nos preguntamos cómo se entera el narrador de que un hombre con un perro es el marido de la joven que lo acompaña, en circunstancias que su punto de vista es el de un observador distanciado; o que, a la inversa, entrega información innecesaria. En "Ana", por ejemplo, describe a un personaje que "se acercó a la persiana, separando sus láminas con las manos". ¿Con qué otra parte del cuerpo podría hacerlo? Asimismo, de vez en cuando la sintaxis se debilita, especialmente en el tratamiento de los tiempos: "Al enterarse, se encerró a llorar en su pieza, creyendo que influyó en la desgracia" (Hay algunas faltas ortográficas que nos golpean la vista, pero que obviamente son distracciones de los editores más que del autor).
Tales deslices aparecen comúnmente en relatos iniciales de un autor. Lo que importa destacar en
La velocidad del agua es la pericia que exhiben los textos para sugerir una sombría y desoladora imagen de nuestra existencia cotidiana actual. Los sentimientos que conducen hacia el otro y establecen las relaciones humanas indispensables para el amor y la felicidad están ausentes. Si bien en el mundo que imagina Nicolás Bernales puede existir la esperanza ("Yo la tengo"), o el amor a veces se impone con dificultad sobre la desgracia ("Ana"), los afectos sobreviven débilmente. Entre otros personajes, el lector conocerá en las páginas del libro a una adolescente separada de su familia para ocultar algo inaceptable por la moral tradicional imperante; a una mujer que quiere encontrar su identidad alejándose voluntariamente de la suya; a un hombre que contrata los servicios de una prostituta para tener un efímero instante de contacto humano, o a una pareja homosexual que debe vivir su relación en secreto. Es indicio muy significativo de esta alteración social e individual que la mayoría de los personajes provenga de matrimonios destruidos. No nos extraña, entonces, que un hombre empecinado en reconquistar el amor de su ex esposa sea definido por su hijo como "tonto enamorado".
Como puede desprenderse de lo anterior, el motivo que otorga cohesión interna a los relatos es la soledad. Ella se manifiesta a través de distintas fisonomías en cada historia particular para rellenar el vacío dejado por los sentimientos (la soledad de los héroes cotidianos, de los culpables, de los que viven al borde de las convenciones, de los distanciados, etcétera). Pero al igual que otros novelistas de su generación, Nicolás Bernales no se contenta con representarla: encuentra sus raíces en la metamorfosis humana que provocaron los años de la dictadura militar. Quizás algunos lectores consideren demasiado reduccionista esta interpretación; de lo que no cabe duda es de que en estos cuentos se construye con efectividad artística un mundo desprovisto de alegrías y esperanzas.
La velocidad del agua
Nicolás Bernales
Ojo Literario Ediciones,
Santiago, 2016
172 páginas,
$10.000.
Cuento