Si en
HHhH Laurent Binet logró una buena novela basada en hechos reales -el atentado contra Reinhard Heydrich en la Checoslovaquia ocupada por los nazis-,
La séptima función del lenguaje, su segunda ficción, es muchísimo más ambiciosa, más original y también bastante difusa, hasta tal punto que bordea la incoherencia. En efecto, la idea central de la trama puede ser muy atractiva, pero como sabemos, no basta con eso si el desarrollo es confuso. Todo comienza con la muerte de Roland Barthes a comienzos de 1980, atropellado por un vehículo cuando salía de hacer clases en La Sorbona. A partir de ese hecho, de inmediato se sospecha que fue asesinado, lo que podría servir de base a una buena historia, aunque esté fundada en una hipótesis completamente insostenible, ya que nunca jamás se ha sugerido siquiera que el fundador de la semiótica moderna tuviese enemigos que quisieran liquidarlo.
Se necesita, entonces, a un investigador, quien resulta ser el inspector Jacques Bayard, un hombre que, aparte de no haber oído en su vida mencionar a Barthes, tampoco tiene la más remota idea sobre lo que ocurre en el panorama intelectual francés. Por lo tanto, le asignan el caso a Simón Herzog, discípulo de Barthes y brillante exponente de sus teorías: es imposible que Bayard entienda siquiera un ápice de ellas, aunque Herzog logra explicarle con claridad las seis funciones del lenguaje establecidas por el lingüista ruso Roman Jakobson. La séptima, que da origen al título del libro y que habría sido elaborada por Barthes, se perdió en un documento robado o en la memoria de algunos discípulos o amantes y es el quid de este relato: en su búsqueda, hay varios asesinatos, persecuciones frenéticas, líos sexuales y de un cuanto hay.
Lo anterior es un pretexto para interrogar, mencionar a la pasada o reunir en fiestas poco decorosas a todas las celebridades del París finisecular: Lacan, Todorov, Althusser, Foucault, Kristeva, Sollers, Glucksmann, Deleuze, Cixous, Derrida, en fin, una lista interminable, en verdad agobiadora de personajes ilustres relacionados con el estructuralismo, el post estructuralismo, la deconstrucción; por si esto fuera poco, hay cameos de famosas estrellas de cine, de directores, de gente del teatro, del deporte y otras afines. En una narración que supera holgadamente las 400 páginas uno esperaría discusiones, rivalidades, chistes o lo que sea en torno a las abstrusas posiciones de filósofos tan abstrusos; sin embargo, lo único que Binet nos entrega son apariciones
impromptu de nombres más o menos conocidos en ese enrarecido medio, quienes, fuera de copuchar, hacerse los ingeniosos o poner cara de misterio, poco aportan a
La séptima...
Con todo, siempre es divertido ver a estos intelectuales supremos en situaciones ridículas o quizá demasiado humanas, y si ese es uno de los propósitos de la historia, Binet lo consigue en plenitud. En cambio, resulta chocante, absurdo y tirado de las mechas relacionar el accidente que le costó la vida a Barthes con una conspiración de alcances mundiales. Desde el principio, toman parte en ella el Presidente de la República -entonces Giscard d'Estaing-, sus ministros, los principales dirigentes políticos del país y otros del extranjero, los servicios secretos galos y toda una extensa gama de funcionarios que parecen creer que el futuro del universo depende de un documento que dejó Barthes. Y esto no es nada en comparación con las conjuras relacionadas con el mismo tema que se tejen en Bulgaria, en Inglaterra, en Estados Unidos, al interior de la CIA y, por supuesto, en el seno de la mismísima Unión Soviética, ya que Binet hace comparecer personalmente, en calidad de actores literarios, al secretario general del Partido Comunista, a sus adláteres, al jefe del KGB y a varios individuos sumamente siniestros.
Como sea y fuera de estas descabelladas incursiones,
La séptima... puede tomarse como una refrescante revista en torno a muchas vacas sagradas que hoy, mal que nos pese, forman parte de los programas de estudio de incontables universidades. Todos ellos y todas ellas parece que servirían principalmente para torturar a alumnos aplicados. Y nadie es todavía capaz de decir si son una moda o si han legado algo permanente. Su participación en este relato dista demasiado de ser edificante, al reducirse sus personas a puras manías, tics, fobias y gestos más bien desagradables. Y aunque esta narración no sea lo que, sin necesidad de ponerlo en un altar, merece Roland Barthes, se salva en gran medida gracias a la comicidad de su tono.
La séptima función del lenguajeLaurent Binet
Seix Barral,
Santiago, 2017
440 páginas,
$15.900.
Novela