"A veces pensaba en todo. A veces lo recapitulaba. Era difícil y doloroso. Cuando intentaba recordar su historia de los últimos años terminaba confundida y cansada. Como si le hubieran encomendado una tarea de alto vuelo intelectual, de gran abstracción. Repasaba los sucesos, los personajes, los distintos momentos de su vida reciente. La partida de Chile (más bien una huida) había marcado un final de cuento sobre el cual ya no se podía volver. Había interrumpido historias que no podían retomarse. Tal vez había sido un final abrupto y algo violento, pero le pareció un "adiós inteligente", como dice la canción, y dejó todo atrás. Un final sobre el cual nadie jamás habló. Sobre el cual nadie escribió. Y aquello sobre lo que nadie dice o escribe nada, es como si nunca jamás hubiese existido. Demasiada muerte para una historia que apenas alcanzó a ser historia. Una muerte reiterativa y majadera. La muerte de aquello que quizás nunca se tuvo. Fue joven. Había sido joven. Comenzaba a recordar".
El pasaje anterior corresponde a un capítulo completo de
Las vocales del verano, primera y estimulante novela de Antonia Torres, quien ya había escrito varios volúmenes de poesía, lo que, de alguna manera, se nota en el lírico, rítmico, colorido estilo de esta obra, que a veces se acerca demasiado o bien se confunde con un poema en prosa. Compuesto integralmente en breves secciones sin numerar, en ocasiones más sucintas que lo que acabamos de transcribir, en otras un tanto más desarrolladas,
Las vocales ... es un título al que se puede volver sin temor, porque, pese a la aparente monotonía del relato y a su concisión, el vuelo con el que está concebido y el misterio de la trama lo tornan en un torrente verbal de poderosa y extraña belleza.
El
leitmotiv de esta ficción está en las frases "Fue joven. Había sido joven" y otras semejantes, que, como dolorosa y al mismo tiempo serena letanía, se repiten en múltiples ocasiones a lo largo de
Las vocales... Debemos deducir pues, que la protagonista innominada es más bien adulta, es más bien madura, ya que el tipo de reflexiones y el bagaje cultural y lingüístico que exhibe ya no corresponden a una mujer que, empleando la trillada expresión, está en la flor de la vida (por lo demás, esas mismas palabras se reproducen exactamente en ciertos momentos de la intriga). Y aunque Torres haya escogido la tercera persona para concebir este libro, desde el comienzo hasta el final da la impresión de un monólogo dramático compuesto desde el yo, lo que otorga un elemento de ambigüedad adicional a
Las vocales...
A primera vista, no sucede absolutamente nada en esta fantasmal crónica. La heroína decide viajar sola a una localidad costera del sur, un balneario que tuvo cierto prestigio y ahora parece despoblado y se recluye en la casa que pertenece a su familia, con el visible propósito de preparar un texto de carácter literario, ya que lleva computador y útiles de escritorio. Sin embargo, nunca sabremos qué es lo que está creando, ya que, fuera de ponerse a teclear como posesa en un par de oportunidades, el tema de fondo no consiste en sus afanes librescos o afines, sino, tal vez, en el reencuentro consigo misma tras una extensa temporada de silencio e incomunicación con los demás. Así, la descripción de un paisaje en constante cambio, el paso del invierno a la primavera, la flora, la fauna, la topografía de la región, tal como la infinita variedad de colores y hasta la remotísima prehistoria de la zona, por nombrar solo lo más evidente, forman parte del discurso mental de la narradora.
Desde luego, es imposible elaborar un argumento a partir de puros factores climáticos o panorámicos, por lo que es necesario un poco de drama y eso Torres lo sabe cuando involucra al único personaje de
Las vocales... en un tórrido
affaire con un tosco lugareño al que conoció en la infancia, en una investigación policial, en una fiesta harto relajada para los pacatos estándares del pueblo y, por cierto, en episodios de su pasado que convergen en este presente incierto, desconcertante, nebuloso, tan nebuloso como todo lo que se nos cuenta. En verdad, la indefinición y aún más, el contexto onírico de este escueto ejemplar, evocan más a una María Luisa Bombal que a Natalia Ginzburg, Adrienne Rich o Rimbaud, autores citados en el curso de
Las vocales... La comparación es válida porque, al igual que Bombal, Torres carece de paciencia con los nombres de los lugares, con la precisión geográfica, con el acontecer fuera de la conciencia de quien actúa en esta introspectiva odisea.
Las vocales del verano
Antonia Torres
Literatura
RandomHouse
Santiago, 2017.
108 páginas.
$10.000