Los mercados han iniciado el año con sorprendente buen ánimo. Suben las bolsas en Estados Unidos, Europa y América Latina, se recuperan los precios de las materias primas -el cobre, por ejemplo- y se aprecian las divisas de las economías emergentes. Incluso en Chile, imponiéndose a los terribles incendios, la bolsa sube más de 3% en el mes y el dólar cae a tan solo $650. Lamento no compartir ese optimismo, ya que no veo que el horizonte augure buen tiempo.
A nivel mundial, la principal fuente de incertidumbre se llama Donald Trump. No solo en campaña, sino ya instalado en la Casa Blanca, sus peroratas y resoluciones trasuntan que el nacionalismo económico será el eje central de su gobierno y que no trepidará en utilizar todas las armas a su alcance para proteger a la industria norteamericana de la competencia externa, a la que considera injusta y ruinosa. Tiene razón cuando argumenta que una excesiva carga tributaria y regulatoria ahuyenta a los industriales y los lleva a relocalizar sus operaciones en China o México, para abastecer desde allí al consumidor norteamericano. Pero el remedio no es erigir un muro aduanero, sino aliviar esa carga. Desgraciadamente, ante las dificultades políticas y presupuestarias que ello puede presentar, Trump se inclina por la ruta populista del proteccionismo. Incluso, la reforma tributaria que prepara se financiaría con un recargo indirecto a las importaciones.
Nada bueno cabe esperar de esa estrategia. Una guerra comercial con China -tampoco campeón del libre comercio- provocaría gran daño no solo en los involucrados, sino en el mundo entero. Tal vez Trump no quiera llegar tan lejos y prefiera desahogarse con un rival menor, como México. Amenazado con el desahucio de su tratado con EE.UU. -el Nafta- y la construcción de un vergonzante muro (financiado con un impuesto a sus exportaciones), su economía ya va camino a la recesión, el peso azteca se ha venido al suelo y, según las encuestas, el veterano -y hasta hace poco desacreditado- líder de izquierda Andrés Manuel López Obrador toma la delantera para las elecciones del 2018.
Por fortuna, Chile -que no exporta manufacturas- no está en la mira del amenazador gobernante norteamericano. Pero sus frutas, vinos y pescados encontrarán ahora competidores locales envalentonados y capaces de lograr que se levanten cortapisas contra nuestros productos. Semejante suerte pueden correr otras economías de la región, afectadas además por la inevitable alza de los intereses de EE.UU. Aunque aún parece no advertirse, en lo económico y lo político, el escenario externo se vuelve adverso no solo para México, sino para toda la región, incluido Chile.
Así como ante el
tsunami de fuego, más vale que tomemos en serio la amenaza, desterremos la incompetencia y las querellas ideológicas, y nos aboquemos resueltamente a encontrar el camino para volver a crecer, aunque ahora naveguemos a contracorriente.